¡Salvemos la diversidad del pensamiento europeo!

"¡Salvemos la diversidad del pensamiento europeo!" Una declaración así puede parecer a primera vista más bien exagerada. Después de todo, vivimos en una nueva era de globalización, por no decir de mundialización. Es necesario pues adaptarse al cambio si uno quiere mantenerse en la liga de los líderes con los que hay que contar en este mundo. Citando a Darwin: "Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor a los cambios."

De esta manera el planeta entero se rinde al inglés. Incluso la primera potencia económica, la Unión Europea, una confederación multicultural, lo ha adoptado, de hecho, como lengua de trabajo. Recordemos que esta es la lengua de un estado no fundacional que abandonará las instituciones europeas en 2019. El Reino Unido no quiere ya oír hablar de libre circulación en su territorio ni someterse a una corte de justicia europea.

La Unión Europea se encontrará con una lengua de trabajo que no pertenece a sus miembros: los 4.5 millones de irlandeses tienen el gaélico. Imponiendo el inglés a los burócratas de Bruselas, los europeos se someten implícitamente al pensamiento anglosajón: hago referencia únicamente a una manera de concebir el mundo y de evaluar según los criterios americanos, de lo cual el Reino Unido es la primera víctima, abandonando el estado de bienestar y apostando por una economía centrada sobre la especulación financiera de alto riesgo.

Aceptando el ingles como lengua de comunicación, los europeos se someten a una concepción del mundo donde el consumismo a ultranza, la valoración de la riqueza material, el individualismo, el cumunitarismo queda implementado. Los criterios de calidad de vida, de cohesión social, de solidaridad, de integración, de desarrollo sostenible, de compasión por los menos favorecidos, de la protección medioambiental ya no contarán. Ciertamente, los Estados Unidos son una gran nación que sigue impresionando por su dinamismo, su democracia, su optimismo y por la voluntad de sus ciudadanos de hacerse ricos y famosos, pero es esencial que protejamos nuestra identidad europea que comparte los valores de democracia con los americanos, pero que difiere a nivel de nuestros ideales.

Los franceses, en particular, se resisten a adaptarse a la mundialización, no se sienten cómodos con la lengua inglesa. Su concepción de la laícidad los distingue de los otros. Según los anglófonos el acento francés, así como el italiano, es bonito, incluso sexy, pero ese falso halago les deserta: de hecho, en el mundo de los negocios. Una entonación y una pronunciación francesas vuelven al interlocutor más bien cómico y daña su credibilidad. A esto podemos añadir una economía estancada, una tasa alta de paro, una burocracia tentacular, una élite apartada de la realidad, reformas tímidas, un estado con un peso excesivo y un fracaso en la integración de los hijos de inmigrantes.

Sin embargo, Francia ha sabido preservar una economía diversificada, una industria, una demografía dinámica gracias a su política social, una mano de obra cualificada y una unidad nacional. Francia debe luchar con sus socios por oficializar tres lenguas de trabajo con igual rango en las instituciones europeas: una germánica, una latina y una eslava; de esta manera la diversidad del pensamiento y de los valores serán respetados.

Europa, torre de Babel, debe construirse con la eficiencia y la contabilidad alemanas, el progresismo escandinavo, la creatividad italiana, el dinamismo polaco, el modernismo español, el entusiasmo irlandés, la adaptabilidad holandesa, la filosofía griega, los ideales de solidaridad franceses y por qué no, una dosis de pragmatismo británico. Adaptarse puede querer decir "no" a la uniformidad.

FΩRMIdea Madrid, 20 de abril de 2017.

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