Por la mañana, mientras paseaba a mi perro muy joven por el jardín botánico de Burdeos, me encontré con todo un grupo de amantes de los animales. Allí, mi cocker spaniel inglés adquirió la costumbre de jugar con un shiba inu, su dueño es un artista visual cuyas obras son fascinantes. Los paseos por los parques lo han llevado a lo que él llama “fantasmas de jardín”, estatuas moribundas que la gente ya no mira. El deseo de devolverles la vida lo conquistó en un gesto similar cuando los primeros arqueólogos remodelaron la vida de los artefactos egipcios enterrados bajo la arena. El corazón de su obra se basa, pues, en la caída y la ruina, contrariamente a lo que se podría temer, sus obras no provocan ansiedad, incluso hay una cierta vitalidad en su representación del apocalipsis; Apocalipsis que significa en griego, cambio de un estado a otro. Sin aniquilación, sin alienación, sino un mensaje de esperanza durante la caída. Cita a un investigador bordelés, Jean-Paul Engélibert, para resumir el significado de sus obras: “Para intentar conjurar el apocalipsis, es necesario figurar y así reabrir el tiempo [ 1 ]”. También extrae referencias de la cultura pop al evocar System of a Down, en particular la canción Chop suey, cuyo pasaje “Lloro cuando los ángeles merecen morir” se hace eco de una de sus últimas piezas.
