Ripley: El crimen como arte bajo el sol italiano

Una reseña crítica de la serie de Netflix basada en las novelas de Patricia Highsmith

Por Pierre Scordia

La reciente adaptación de Ripley en Netflix, basada en la célebre saga de Patricia Highsmith, se revela como una experiencia estética y narrativa de alto calibre. Dirigida por Steven Zaillian y protagonizada por Andrew Scott, esta miniserie no es simplemente un thriller psicológico: es una obra de arte en movimiento, un estudio del alma criminal filmado con una sensibilidad tan pulida como perturbadora.

Un personaje que fascina y desconcierta

Tom Ripley, interpretado con una intensidad contenida por Scott, emerge como un personaje que resiste todo intento de clasificación. Enigmático, ambiguo, escurridizo, su atracción por los hombres parece sugerida pero nunca explícita, en sintonía con la represión moral de la época. Es un don nadie en Nueva York, un pequeño estafador atrapado en una existencia gris. Todo cambia cuando un millonario le propone viajar a Italia para convencer a su hijo, Dickie Greenleaf, de volver a casa. Lo que comienza como una misión sencilla se transforma pronto en una obsesión peligrosa.

La Italia en blanco y negro: escenario de una transformación

La llegada de Ripley a Italia supone un renacimiento. Fascinado por el idioma, el arte, el estilo de vida y, sobre todo, por Dickie, descubre un mundo tan seductor como inaccesible. La serie convierte la estética en lenguaje: cada encuadre, cada sombra, cada reflejo en blanco y negro remite a los lienzos de Caravaggio, cuyo universo violento y sublime se convierte en espejo simbólico del protagonista. ¿Se ve Ripley en el pintor maldito? ¿Un artista de la manipulación, un criminal refinado?

La belleza de la costa amalfitana, los canales de Venecia, los callejones de Roma y Palermo no son meros paisajes: son parte esencial del relato, envolviendo al espectador en una atmósfera de falsa serenidad donde la tensión crece lentamente.

Amor, deseo y usurpación

El vínculo entre Ripley y Dickie se construye sobre la admiración, la envidia y una intimidad ambigua. Cuando la presencia de Marge, la novia de Dickie, comienza a interferir, la narrativa da un giro. La tensión se enrarece. Marge desconfía de Ripley, lo encuentra extraño, “queer”, y su intuición femenina se convierte en amenaza.

Cuando el padre de Dickie descubre el engaño y corta el financiamiento, Ripley se enfrenta a una elección: volver a la miseria o convertirse en otro. Y así, el crimen deja de ser una excepción para volverse método, arte, necesidad.

Un thriller de cámara lenta

Ripley no es una serie de acción. Aquí no hay persecuciones vertiginosas ni tiroteos. Lo que hay es silencio, mirada, construcción meticulosa del suspenso. El tempo narrativo es lento pero hipnótico, casi meditativo, como si cada plano respirara. La inteligencia del protagonista y el azar se entrelazan en una coreografía donde todo parece inevitable, pero nada previsible.

El arte de observar

La dirección de Zaillian apuesta por un minimalismo expresivo. La cámara observa, los personajes observan, el espectador observa. El casting italiano es soberbio, y hasta los roles secundarios tienen una función precisa: mirar, juzgar, callar. Especial mención merece Maurizio Lombardi en el papel del inspector Ravini, cuya presencia elegante e implacable aporta tensión y profundidad.

Una caída inevitable

El final no sorprende tanto como resuena. La caída de Ripley es tan estética como moral. No se trata de una resolución clara ni de justicia restaurada, sino de una clausura que deja al espectador suspendido entre la fascinación y la repulsión.

Conclusión: belleza, ambigüedad y crimen

Ripley es una serie que exige atención y ofrece recompensa. Es cine de autor en formato televisivo, un thriller existencial que se desliza entre lo bello y lo siniestro. Una meditación sobre la identidad, la impostura, el deseo y la pulsión criminal. Más que una historia de asesinatos, es el retrato elegante de un alma fragmentada.

Imprescindible.

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