Transitando espacios

Autor: Daniel Casarez Avalos 

El termino ARTE es tan abarcativo y por momentos tan complejo que no sabemos qué es lo que puede o no incluirse en él. Este hecho es, hasta la actualidad, instancia de acaloradas y numerosas diatribas entre quienes defienden una especie de “purismo” y aquellos que son más elásticos a la hora de su definición. No faltan las voces que sostienen que al arte “hay que sentirlo”, que no tiene otra explicación. Que ese es su único factor constitutivo. Nos encontramos aun en la cornisa de ambas posturas. Cuando más tratamos de asirlo, más se nos escapa. Por supuesto tampoco podemos obviar un componente tan importante como la legitimación que en palabras de Bourdieu significa algo así como los principios de clasificación de valores y gustos estéticos legítimos de acuerdo a la acumulación de un capital determinado dentro de un campo específico, que consagran o desprestigian un hecho “artístico”. (1)

En estos términos es que no podemos dejar de asombrarnos cada vez que asistimos a representaciones que carecen de un peso “considerable” dentro del campo artístico por su condición de “menores” (término corriente que solo hace alusión al lugar que ocupa la obra dentro del campo). Y es en la contemplación de la puesta o represtancion donde nos damos cuenta de cuan flexible es el concepto de arte y cuantas “obras menores” pueden ser perfectamente incluidas dentro de él o cuantas legitimadas como tales pueden ser excluidas. Verdad de Perogrullo, por cierto.

A modo de ejemplo, hace un mes, tuvimos la oportunidad de asistir a una representación teatral llevada a cabo por alumnos de la Universidad del Arte en Buenos Aires. La dramaturgia fue libre basada en el relato Tercera Expedición de Ray Bradbury y en la historia de la “conquista” de América por parte de los españoles.

Asistir a esa expedición formando parte de ese auditorio contribuyó satisfactoriamente a nuestra práctica escénico-perceptiva. Cuerpos en movimiento ingresando al proscenio recibidos por cuerpos extáticos con el proscenio inscrito, devino en la acción inversa en la que nosotros, el auditorio, nos sumergimos esperando el goce. Goce que tradujo la creación colectiva de veinticuatro actores solventes que comenzaron a invadir el espacio. Con esta operación se nos involucró en la historia de un grupo de astronautas en medio de la galaxia que deben ejercitar un aterrizaje forzoso en tierras desconocidas. Todo era movimiento dentro de la nave, incesante, por momentos ralentizado pero siempre continuo. Se destacó el aporte del espacio que configuraba las escenas y las dinamizaba en un adentro y un afuera, separados por cuatro vigas que la arquitectura de la sala poseía. Esto fue utilizado en provecho de la puesta y por momentos invisible entre el auditorio y la representación.

Ya en superficie se encontraban con sus seres queridos en inexplicables situaciones, en infancias acaso perdidas, en un tiempo recobrado aunque no proustiano. La historia se contextualizaba y se contemporanizaba en la ocurrente escena de uno de los personajes, Delia, una especie de pitonisa del sentido común urbano que satisfacía las inquietudes de sus prosélitos. Clara alusión atravesada por el texto bradburyano homónimo, al que hicimos alusión anteriormente, incluido en sus Crónicas Marcianas. Entonces nos dimos cuenta, a medida que el relato-interpretación transcurría, que todo vino teniendo y tendría el viso de la Parodia. De alguna manera todo acontecía por ese fluir a modo de background que cada uno de los actores posee en su particular interpretación originada en la improvisación. Tal vez la única manifestación autográfica, en términos genettianos.

Buena obertura para una inteligente combinación diegética que hizo progresar el relato fundiéndolo con otras dos historias, la primera de ellas, la historia conocida por todos, aunque sea en términos de doxa: la de la colonización. Esos tripulantes vueltos colonizadores son avistados por una tribu de indias con quienes hacen contacto para dar pie a una ingeniosa parodia de la conquista. Dos géneros que se cruzaron: el de la ciencia ficción y el de la parodia, pero el primero subsumido en el segundo a través, por ejemplo, de la superposición de planos; recurso tomado del montaje cinematográfico. Esa tribu tendrá composición amazónica con saberes e intenciones específicas. Será en la relación dialógica, intradigeticamente hablando, donde la narración seguirá su curso dando paso a diversas situaciones de comicidad en las que nosotros, el auditorio, no pudimos dejar de sentirnos interpelados. De esta manera el tiempo de la historia que se ponía en escena y el tiempo de la representación, se fundían a través de inverosímiles como la danza de la “tribu tortillera” en su versión rap por medio de la cual coreografía y letra introducían al espectador dentro de la puesta en escena.

La historia no tuvo un final diferente del conocido por todos, los colonizadores se impondrían por la violencia pero como un acto desacralizado que comporta, paródicamente, las mezquindades y miserias del ser humano. La parodia implica la comicidad que se hace presente en gran parte de la puesta. La comedia provoca la risa y ésta elimina el temor a Dios, reza el dicho.

La otra historia circulaba en una contemporaneidad espacio-temporal, si se quiere, entre la diégesis y la representación, en una actualidad que nos involucraba a todos por igual, tanto al actor como al espectador. Sucedía en un restaurant peruano donde se reinscribían las viejas situaciones de dominación pero con los dispositivos propios del moderno sistema capitalista. Mientras que en la historia anterior la comunicación se intentaba establecer con sus equívocos, en ésta había una ausencia de tal. Entonces el caos se hacía más evidente, se traducía en ruido, en movimientos ininterrumpidos, en desplazamientos acelerados. Nuevamente el préstamo del lenguaje cinematográfico que en ese momento, como si fuera una cámara, sectorizaba situaciones en forma de primeros planos, los cuales acercaban al auditorio las diversas historias “transcurrientes” para mostrarnos que la Historia volvería a relatarse de la misma manera que siglos anteriores. Nada ha cambiado, nos decía una vez más la directora de esa interesante y aguda propuesta, que dejó traslucir el excelente dialogo que mantuvo con su grupo y sin dejos de solemnidad.

Una vez mas, esas “pequeñas” obras nos dejan boquiabiertos aun cuando se hable de tantos tipos de arte, siempre es solo UNO. Creemos, no sin duda, que muchas cosas o acontecimientos pueden devenir arte pero no estamos seguros que todo. El concepto debe ser permeable y lo suficientemente elástico para permitir el ingreso de innumerables códigos pero no irrestricto y no estaríamos siendo conservadores por ello.

(1) Bourdieu, Pierre: “El Capital Simbólico” en El Sentido Práctico

FΩRMidea Buenos Aires, 19 de enero 2015

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