De Kennedy a Hillary: el fin del mito de la buena América

Autor: Pierre Scordia

La democracia parece una impostura cuando uno lee dos libros, uno de Hillary Rodman Clinton, What Happened, Y el otro de Marc Dugain, Van a matar a Robert Kennedy. Estas dos obras ponen en perspectiva la naturaleza real de la democracia americana, gobernada por fuerzas invisibles.

Robert Fitzgerald Kennedy

La investigación de Marc Dugain sobre el asesinato de Robert Fitzgerald Kennedy - Atentado que tuvo lugar hace 50 años - es minuciosa y detallada; incluso si se trata de una novela sobre una historia imaginada, paralela a aquella del asesinato del candidato demócrata a las elecciones presidenciales, aporta, sin embargo, un testimonio sobre los métodos empleados por los servicios secretos para influenciar la opinión pública y eliminar a todo individuo juzgado capaz de ir contra los intereses de la industria petrolera y militar.

Robert Kennedy parecía debatirse entre el miedo a que le asesinaran y el de fallar en su misión. Descubrimos a la vez un hombre abrumado por un sentimiento de culpabilidad, puesto que no consiguió frustrar el atentado contra su hermano John Fitzgerald Kennedy y por un malestar profundo debido a su identidad de pudiente.

El origen dudoso sobre el que se construyó la fortuna de su padre le empujó durante su corta vida a perseguir con la justicia a la mafia, esperando así la absolución para toda la dinastía.

La equivocación de los hermanos Kennedy fue, sin duda, el extender su de batalla a demasiados frentes: luchar contra la mafia, oponerse a una invasión de Cuba, favorecer la distensión con la Unión Soviética, aumentar los impuestos a la industria petrolera de Texas, buscar una solución de paz en Vietnam, reducir las desigualdades raciales y disminuir la pobreza. Al oponerse a una reconquista de Cuba, los Kennedy se alienaron el lobby conservador de la industria de la defensa y la mafia que tanto había invertido en la Habana durante el régimen corrupto de Batista. Al querer  gravar el  oro negro, se ganaron la enemistad de los productores de petróleo tejanos, especialmente la de la familia Bush.

El asesinato político de los Kennedy fue, ni más ni menos, un golpe de estado. Es cierto que no se cuestionaba la libertad individual de los americanos blancos y que la felicidad a través del consumo seguía siendo la única doctrina económica a favorecer. En cuanto a la represión, era solapada y discreta, empujando a los contestatarios a consumir drogas alucinógenas con el fin de quitarlos de en medio de manera expeditiva o de transformarlos en marginados. Sin embargo, los testigos molestos fueron neutralizados por la CIA y el FBI con lo cual la justicia quedaba impotente.

Es tentador hacer una comparación entre las elecciones presidenciales de 1968 y las las de 2016. ¿La llegada al Gran Sillón Supremo de Donald Trump es comparable a aquella del ultra conservador Richard Nixon?  Hay quien apunta a una confabulación entre el equipo de Trump y las fuerzas invisibles, esto es, el FBI, Rusia, la NRA, Wikileaks y los trolls de las redes sociales.

Hillary Rodman Clinton

Leyendo el relato de Hillary Clinton 'What Happened', uno podría pensar también que la desafortunada candidata demócrata fue víctima de un complot dirigido a apartarla de la presidencia. Por otro lado, seis diplomáticos rusos habrían sido asesinados desde noviembre 2016 entre ellos el antiguo embajador de la Federación Rusa en las Naciones Unidad, Vitaly Churkin, que habría facilitado los contactos entre los rusos y el equipo Trump. En Nueva York, el enviado ruso habría contraído en febrero de 2017 una enfermedad repentina que continúa siendo sospechosa para numerosos observadores.

Sin embargo, Hillary no representaba un peligro para las fuerzas conservadoras ni para los lobbys petroleros y militares como era el caso de Robert Kennedy. Clinton no era una revolucionaria (centro derecha - izquierda liberal) como Bernie Sanders, aunque Hillary nos recuerda que este último siempre ha rechazado controlar y limitar las ventas de armas: los intereses de la poderosa National Riffle Association estaban salvaguardados.

Hillary conoce demasiado bien los engranajes del poder y confiesa claramente en su libro que si ella fue más comedida, más prudente en su programa politico que Sanders con el suyo, es porque ella percibía que era lo que se podía hacer en un país donde los republicanos mantenían una mayoría en las dos cámaras. Recordemos que los fundadores de la constitución americana, la más antigua del mundo, la pensaron para que las instituciones se opusieran constantemente con el fin de conservar el statu quo, el laisser-faire, el poder de los pudientes.

El error aquí es el haber pensado que los jóvenes, las personas mayores, los marginados por la globalización a ultranza deseaban escuchar un discurso mesurado y sopesado. Ellos querían un cambio, una ruptura con un sistema donde los ricos se enriquecen y la clase media se empobrece lenta, pero inexorablemente. Deseaban que alguien expresara su cólera.

Hillary, abanderada de los derechos de la mujer y de las minorías, no es, sin embargo. una paloma. Votó por la guerra de los Bush en Iraq, conflicto responsable de muchos de los males actuales que amenazan la civilización occidental. A demás sigue siendo una enconada enemiga de Vladimir Putin.

Pero el sistema americano no clasifica a la gente en malos y buenos, los define por ganadores o perdedores. Aunque Hillary Clinton ha sido sincera en su voluntad de reformar, de transformar el país en una sociedad menos discriminatoria y ha ganado el voto popular con tres millones más de votos que Donald Trump, siempre pasará para la posteridad americana como la perdedora de unas elecciones importantes que tendrán un impacto determinante para el futuro de nuestro planeta.

A manera de conclusión, retomemos esta frase de Robert Kennedy: "La especie humana nunca se enmendará por completo, nunca conseguirá que ciertos hombres no maten a niños, nuestra responsabilidad es conseguir que maten el menor número posible".

FΩRMIdea España, el 4 de marzo de 2018. Texto traducido del francés por Claudio Sales Palmero. 

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