El síndrome de Marrakech
Autor: Pierre Scordia
Ya conocíamos el síndrome parisino para los turistas japoneses, gentes extremadamente educadas y consideradas que se sienten maltratadas por una sociedad urbana impaciente, insolente, brusca y de mal humor. Este síndrome podría parecer benigno comparado a aquel de Marrakech, porque aquí no es la falta de cortesía a lo que los turistas se enfrentan, aquí es el acoso constante de vendedores, los insultos de los jóvenes, los intentos de estafa incesantes, el laberinto de callejuelas de la medina, las ensordecedoras llamadas a la oración y las miradas hostiles de ciertos barbudos y de ciertos jóvenes adoctrinados lo que el visitante debe soportar. Desde el primer día uno comienza a arrepentirse de su estancia, uno se siente como un saco de euros, prisionero de una medina inhóspita. Uno se siente demasiado occidental, demasiado judeocristiano, uno se da cuenta de que el racismo existe también en la orilla meridional del Mediterráneo.
El error consiste en pasar solo un fin de semana en Marrakech. Para apreciar esta ciudad increíble y única uno debe quedarse por lo menos una semana, puesto que la cara del visitante se vuelve familiar, los lugareños empiezan a dejarle tranquilo, a saludarle, a sonreirle e incluso a bajar los precios. Ya no es el turista idiota, ya no es el infiel del que hay que sacar el máximo provecho. El turista se siente más cómodo, menos ingenuo, más seguro de si mismo y deja de enfadarse o exasperarse en cada momento. Ya puede apreciar la arquitectura, el encanto de las callejuelas medievales y darse cuenta de que la gentileza de los marroquíes es real.
Varios días después de mi llegada, algunos residentes de esta antigua ciudad real comenzaron a dejarse ir y a hablarme de varios temas sensibles, entre ellos el islam, guardándose bien de criticar la monarquía. Un hombre de negocios de Casablanca, instalado desde hace una decena de años en Marrakech, Idris, deseando guardar el anonimato, me habló desesperanzado de la evolución de la sociedad en la ciudad. "Nuestra sociedad es víctima del discurso de odio de nuestros barbudos que quieren que nuestras mujeres se queden en casa, que los niños sean radicalizados a la edad de diez años, que el alcohol se prohíba en todas partes, que los occidentales sean vistos como el enemigo, que judíos y homosexuales sean considerados como monstruos. Estos predicadores se benefician del dinero de Qatar".
"Los jóvenes desean irse a Europa, incluso aquellos que se alegran de los atentados de París y de Niza viéndolos como una venganza contra el colonialismo, aspiran, sueñan con la libertad". Un estudio reciente confirma esto, ya que el 75% de los escolares sueñan con un Marruecos laico y libre."En los barrios de Marrakech todo se sabe. A uno le observan, se fijan en sus relaciones, incluso intentan adivinar que lleva uno en sus bolsas de plástico. En las calles de la medina, se ven cada vez más barbudos, dice Idris. En cuanto a las mujeres que comenzaron a llevar un fular hace diez años, ahora, han pasado a llevar la hijab al modo qatarí". Mi interlocutor está cada vez más indignado por la hipocresía que reina en la sociedad marroquí. Los hombres, como en cualquier lugar del mundo, quieren vivir su sexualidad desde la pubertad. Pero imponen sus prohibiciones a sus hermanas. Los islamistas no ven más que pecados y tentación: incluso en los hammams, los barbudos se pondrían bermudas largas hasta la rodilla por miedo a excitar a sus colegas.
Idris no ve mejora, todo lo contrario. Bajo la influencia de las monarquías del Golfo, el gobierno islamista moderado marroquí da prioridad a la prohibición del alcohol en los supermercados de los barrios acomodados, a la construcción de mezquitas, a la reducción del número de lugares llamados "de perdición". Se desentienden de los derechos de las mujeres, de las minorías religiosas y los homosexuales; estos últimos están siendo perseguidos. Existe ahora una caza al hombre y las autoridades hacen la vista gorda a los linchamientos de homosexuales, o simplemente de aquellos sospechosos de "desviación", por la gente de la calle. Como en Fez. ¿Y qué hace la policía? Arresta a las víctimas y las condena a penas firmes de prisión. "¿Pero, a dónde vamos? Es que habríamos linchado a Truman Capote, Wiliam Burroghs, Juan Goytisolo, Bill Willis, Yves Saint-Laurent, que han hecho de Marruecos y sobre todo de Marrakech un lugar de culto? Caemos en el absurdo, el miedo y el odio. Vamos hacia atrás en todos los aspectos. Islam moderado parece hoy en día una contradicción en términos. Cuando me casé con una europea, la primera pregunta que me hicieron mis conocidos en Marrakech fue: Se ha convertido?"
"Afortunadamente, por lo menos tenemos la monarquía, declara, el rey, por su estatuto religioso, es un muro de contención contra esta marea de salafistas". Las autoridades no son, sin embargo, laxas. Desde los atentados de Casablanca y de Marrakech, los servicios de seguridad no tontean con los "puristas". Se les vigila de cerca y a veces se les neutraliza. Una sexagenaria francesa instalada en Marrakech desde hace 20 años, me dijo que su asistenta le contó una historia sorprendente. Se supo que un religioso de su barrio se había suicidado. ¡Un religioso se ha suicidado! ¡Es imposible! Era conocido por ser dulce, afable, generoso. Sin embargo reclutaba chicos para Daesh Magreb después de la plegaria de los viernes en la mezquita. Se les adoctrinaba a cambio de una suma de 200 o 300 dirham, o sea un poco menos de 30 euros. Los barbudos piensan a largo plazo. Los niños son su mejor inversión. ¿De dónde viene el dinero? "Bueno, uno no puede por menos que hacerse la pregunta."
¿Pero que alternativa a la religión hay para un pueblo al que le falta empleo, recursos, educación, libertad, justicia? La religión es el opio del pueblo, decía Marx. El taxista que me llevo al valle del Ourika tuvo que parar por lo menos dos veces durante el trayecto para rezar. Está orgulloso del islam pero se niega a que su hija lleve la hijab. Ella debe mostrar una cierta forma de feminidad, me dijo. Él no bebe. Sin embargo fuma como un carretero, pero el Corán no prohíbe el tabaco. En todos sus rituales cotidianos, Hassan tiene la impresión de ser recto y piadoso. La religión le da la fuerza para afrontar los avatares de la vida. Antes de irse me pregunto "¿Por qué, según usted, las mujeres no pueden tener varios maridos?" Ante mi silencio, él me respondio "Las mujeres no pueden tener varios maridos porque los hombres serían incapaces de reconocer sus propios hijos". Cuando uno quiere justificar una discriminación, todo argumento parece válido.
Frente a las costas marroquíes, la primera vista de Europa es Europa Point, en Gibraltar, dominada por una bella mezquita construida por los saudíes, enemigos de la diversidad musulmana, de los judíos, de los cristianos de oriente y de la Europa laica. Riyad y Doha son dos capitales cortejadas por Londres y París. El presidente Hollande ha incluso condecorado con la Legión de Honor al príncipe heredero de Arabia Saudita, es un gran paso más hacia la sumisión.
El síndrome de Marrakech es una toma de conciencia de que el miedo podrá con la razón. Uno se da cuenta de que Europa deberá hacer frente a una gran migración ineludible de África porque ese continente no tiene ni los recursos para satisfacer las necesidades de los jóvenes de menos de 25 años que componen el 50% de su población, ni los medios que permitan a esta población desarrollarse en el plano personal e intelectual. Desafortunadamente, por una política complaciente, nuestras élites están creando un conflicto de civilizaciones sin precedentes que conducirá al fin del modelo plural y democrático, no solo en la orilla sur del Mediterráneo, sino también en la septentrional.
FΩRMIdea Madrid, el 17 de abril 2017.