Europa o el mito de Leviatán

El historiador americano Timothy Snyder nos previene de los peligros que acechan a la Unión Europea. Es esencial que los europeos dejen de creer que Europa ha sido fundada sobre un ideal y que el conflicto en Ucrania no les concierne. El escollo reside en que los estigmas del nacionalismo alemán todavía presentes en la izquierda y la derecha alemanas se encuentran con el nacionalismo ruso de carácter fascista y civilizador.

El historiador Timothy Snyde de la Universidad de Yale, licenciado por la Universidad de Oxford, revoluciona el análisis de la historia moderna occidental aún a riesgo de desconcertar a algunos. El primer susto llega cuando Snyder afirma que la nación-estado no ha existido nunca en Francia y que se trata de hecho de un axioma fabricado por los Revolucionarios. Francia habría sido siempre un imperio tanto antes, como durante o después de la Revolución. Es ésta noción de imperio a escala mundial la que explica dónde nos encontramos en este momento en Europa.

Desmitificación de la construcción europea

Según Snyder, la construcción europea sería el resultado de varios sucesos convergentes: el fracaso del intento de Alemania de colonizar Europa, la caída de los imperios marítimos europeos y la voluntad de sobrevivir de las naciones-estado de Europa Central y de los Balcanes. Sin una estructura política europea, los verdaderos estados-nación situados al este del continente no podrían perdurar. Snyder va aún más lejos concluyendo que la Unión Europea es la consecuencia de la Primera Guerra Mundial que conllevó el debilitamiento de los imperios marítimos, el desmantelamiento de los imperios continentales (Austria-Hungría, Alemania y el Imperio Otomano, Rusia) y la emergencia de las naciones estado en Europa oriental.

El periodo de entre-guerras trajo el fracaso de todos, con la notable excepción de Finlandia. Los estados-nación han desaparecido rápidamente, en algunos meses o en el espacio de dos décadas, ya sea la República Occidental de Ucrania, Checoslovaquia, Lituania, Letonia, Estonia, Austria o Polonia. En cuanto a Alemania, sabiendo que le era imposible establecer un imperio marítimo, intentó rivalizar con el Imperio Británico creando por la fuerza una colonización de Europa y en el centro de su proyecto estaba la conquista de Ucrania, lo que implica, según Snyder, una responsabilidad histórica de Alemania hacia ese país. Volveremos más tarde sobre ese punto.

El proyecto europeo ha permitido a Francia, a los Países Bajos y más tarde a Gran Bretaña, a Portugal y a España encajar mejor sus fracasos imperialistas, de manera que Europa sirve a París y a Londres como una amplia zona de libre comercio, remplazando así el espacio colonial; pero la estructura europea les permite también ejercer una soberanía que sería imposible sobre un territorio nacional restringido. En este sentido, Snyder prevé que el Bréxit no tendrá lugar de hecho puesto que Gran Bretaña no tendría acceso a ese gran mercado económico que necesita. Es más, el Reino Unido, que nunca ha constituido un estado-nación se encontraría solo y con una crisis identitaria.

Es importante pues desmitificar la construcción europea. Ese proyecto no vendría de un ideal o de una sabiduría europea, sino de una lucidez económica alemana y europea. El fracaso colonial estrepitoso de Alemania en 1945 y el declive de los imperios marítimos han empujado a Alemania, Francia, los Países Bajos, Italia, Bélgica y Luxemburgo hacia un proceso de integración europeo. Snyder recuerda que los funcionarios trabajando en la política extranjera alemana en Bonn al final de los años cuarenta eran los mismos que aquellos que estaban implicados en las relaciones internacionales de la Alemania nazi. Si se trataba realmente de un principio de paz y de una voluntad de evitar los horrores de la guerra, los centros mundiales de la paz gravitarían alrededor de Bielorrusia, Ucrania, Rusia, Polonia e Israel.

Solo más tarde, con la caída de la Unión Soviética, los estados-nación de Europa central, del Este y de los Balcanes van a poder unirse a la integración europea que les permitirá obtener y mantener su soberanía.

Responsabilidad histórica de Alemania hacia Ucrania

Según Timothy Snyder, Alemania - más bien ejemplar en su tratamiento del pasado - tiende a olvidar su tentativa de colonización de Ucrania y su política de sometimiento de la población de este territorio entre 1941 y 1944. Snyder previene de que la historia puede repetirse.

El peligro hoy en día viene de la política extranjera rusa que anima a borrar la responsabilidad de cara a la historia. El Kremlin trataría de restablecer el pacto Ribbentrop-Molotov aliándose con las corrientes de extrema derecha y los movimientos populistas de la Unión Europea, propagando esta versión paradójica: Ucrania no constituiría una verdadera nación sino una agrupación de nacionalistas fascistas y antisemitas. Por otra parte, Moscú siempre se ha servido del nacionalismo ucraniano como coartada para cometer sus abusos en ucrania: la gran hambruna de 1931-32 (cuatro millones de muertos), el terror estaliniano en 1937-38, la deportación masiva de la población al final de la Segunda Guerra Mundial y finalmente, lan invasión parcial de Ucrania en 2014.

El riesgo está en que el rastro del nacionalismo alemán, todavía presente en la izquierda y la derecha alemana, favorecen el nacionalismo oficial ruso y encuentran un terreno fértil para acusar al nacionalismo ucraniano de todos los males en Europa. Esto constituiría un peligro considerable para la democracia en Alemania y en todo el continente.

Snyder no niega el hecho de que los ucranianos colaboraran con la Alemania nazi y participaran en la Shoah, ni tampoco que no jugaran un papel activo en el terror estaliniano. Sin embargo, proporcionalmente al territorio, no hubo más colaboración en Ucrania que en Rusia, consecuencia de un oportunismo más que de una adhesión a la ideología nazi (5% del territorio ruso fue ocupado). En Europa no hay correlación entre la etnia y la colaboración, a excepción de las minorías alemanas. Snyder recuerda las consecuencias de la invasión alemana en la ucrania soviética: 3,5 millones de civiles muertos por la ocupación nazi (de los cuales más de la mitad eran judíos) y 3 millones de ucranianos muertos en el seno del ejército rojo (cifras dadas por historiadores rusos). Se contabilizan más ucranianos caídos en combate en las fuerzas aliadas contra la Wehrmacht que de soldados franceses, británicos y americanos juntos, inversamente, más franceses murieron entre las fuerzas del eje que entre las fuerzas aliadas, lo que no ha impedido que a Francia se la considere como una potencia victoriosa.

La historia de la ocupación alemana de Ucrania es una manera seria de comprender la historia del holocausto. Efectivamente, la Shoah está ligada orgánicamente e integralmente a la conquista de Ucrania, las tierras más fértiles de Europa. Su conquista pasa por la exterminación de los judíos que viven principalmente en Ucrania, de ahí el plan nazi de hambruna desde el invierno de 1941, cuyo objetivo era matar de hambre a una decena de millones de ucranianos. Se preveía deportar hacia el este unos millones más en los diez o quince años siguientes a la invasión. 

Snyder recuerda que al principio, Hitler estaba fascinado con los Esta dos Unidos y su imperio de frontera, construido sobre el trabajo de esclavos. El Führer se preguntó quienes debían ser los esclavos en un imperio alemán. Y la respuesta está en Mein Kampf: los ucranianos. Así, éstos serán tratados de africanos o de negros en ciertos documentos nazis. En el discurso alemán se tiende a afirmar que Ucrania es un estado fallido, que no es una nación, que los ucranianos están divididos culturalmente. Tales críticas, dirigidas a un pueblo que se ha despreciado en la historia, que se ha asociado a sub-humanos, no son inocentes, según Snyder; es más, han sido alentadas por Moscú que ha simplificado la historia de la Unión Soviética en dos partes: la buena (Rusia) y la mala (Ucrania), la liberación contra la colaboración. La responsabilidad de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial sería una ganga para los rusos buscando la manipulación de los hechos. La confusión entre la Unión Soviética y Rusia en el seno de los diplomáticos rusos no es anodina.

Hostilidad de Rusia hacia el proyecto europeo

Según Snyder, el tratado de Ribbentrop-Molotov ha sido rehabilitado por el poder en Moscú en noviembre de 2014 en el momento en que la Federación Rusa ha comenzado a apoyar los movimientos de extrema derecha en Europa. La estrategia es idéntica a aquella del famoso tratado. El objetivo buscado es que todas las energías entren en conflicto en el seno de Europa, la extrema derecha podrá dinamitar la Unión Europea. El historiador recuerda que los crímenes contra la humanidad en Europa han comenzado con ese pacto pero que Moscú a tenido cuidado de 'etnizar' esos crímenes, a cuenta de los ucranianos, los bálticos, los tártaros apoyados por los fascistas occidentales. De hecho, se podría hablar hoy en día de poder ruso antifascista profascista. Esto significa que el mito de una guerra defensiva se ha convertido en realidad en una guerra ofensiva.

A partir de ahí el Kremlin apoya 1) estados clientes en el seno de la Unión Europea, 2) el separatismo en la Unión Europea 3) el separatismo en el interior de los estados miembros 4) la derecha populista 5) los movimientos pronazis y profascistas en Europa. Moscú provee una teoría de la desintegración de la Unión Europea. Como Europa no funciona sobre paradigmas de relaciones positivas entre la soberanía, la sociedad civil y la integración, hay que despojarla de los dos últimos puntos.

Para alcanzar esta meta, el Kremlin utiliza una propaganda eficaz: difusión de falsas informaciones, propagación de una cacofonía (un bombardeo de pistas contradictorias y disparatadas) y la elaboración de un marketing político, por ejemplo, haciendo de los ucranianos antisemitas, a la vez que vinculándoles a la idea de una Ucrania culpable de conspiración judía (el Protocolo de Sión). Rusia afirma que Ucrania no es más que un país represivo y nacionalista, que no hay una lengua ucraniana, pero que a los rusos se les fuerza a hablar ucraniano. Es importante para el Kremlin de confundir la opinión europea con informaciones contradictorias. En marzo de 2015, Snyder se alarmó por el hecho de que los occidentales no se hubieran dado cuenta aún.

La ruptura con Europa tuvo lugar en 2013 durante el anuncio de la formación de una comunidad euroasiática. Los líderes de la Federación Rusa entendieron que una integración en el seno de Europa sería imposible porque uno no puede ser a la vez oligarca y europeo. Rusia se convierte pues en el primer estado pos-imperial en rechazar el proyecto europeo como trampolín. Para Vladimir Putin, Europa no es ya un objetivo. No se reformará Rusia en función a los criterios europeos. Los rusos redefinen la integración no ya en estado de derecho sino como misión civilizadora. La civilización está determinada no por logros sino por valores, por virtudes (contra la homosexualidad, por ejemplo). En 2013, Putin indica que Ucrania forma parte de esta civilización y que Rusia y Ucrania jamás serán separadas. La guerra en Ucrania en 2014 anuncia este giro anti-europeo.

Si Rusia no puede integrarse al proyecto europeo, entonces Europa no debe existir. Moscú no tolera la imagen de una Unión Europea más rica y más liberal. Encuentra en la extrema derecha europea una aliada que se adhiere a su visión de una Europa redefinida por los valores conservadores y tradicionales. Los rusos han comprendido que si Europa no libera los estados-nación, dejara de existir.

Rusia, pionera de una política de eternidad

Según Snyder, se pueden apreciar dos políticas en el curso de la historia: la política de inevitabilidad, que consiste en concentrarse sobre el futuro, y la política de la eternidad, que se defina por su relación con el pasado. En Occidente, la política de la inevitabilidad ha dominado a menudo, por ejemplo, la adopción de una política liberal y de apertura del mercado conllevarán la emergencia de un sistema democrático en nombre de las reglas de la historia. En cuanto a la política de la eternidad, consiste en la creencia empírica de que el único ciclo en la historia es aquel donde el agresor viene del exterior, un agresor que intenta destruir nuestros valores, nuestras virtudes. En ambos casos, el presente cuenta poco. Estas dos nociones de tiempo funcionan de la misma manera puesto que una conduce a la otra.

Rusia es pionera en este campo. Por dos veces en el espacio de una vida, Rusia ha conocido ese fenómeno. En los años 70, bajo el régimen de Brejnev, se deja de ver el futuro, es decir, de ver el progreso y la justicia en el socialismo, para volver a una nostalgia de la Segunda Guerra Mundial donde Occidente se convierte en el enemigo permanente (la Alemania nazi se asocia a Occidente). En los años 90, el capitalismo fracasa en Rusia. El liberalismo no ha aportado las instituciones democráticas ni la felicidad para todos. El cambio de la inevitabilidad a la eternidad tiene una lógica, un mecanismo: las fuertes desigualdades económicas. El ideal del progreso ya no tiene sentido puesto que solo una minoría se enriquece.

Rusia es también pionera en aprovechar una ideología fascista de los años 30, la de Ivan Ilyin, filósofo del Estado ruso. Putin hizo repatriar de Suiza los restos mortales del pensador a Moscú en 2005 y parece que hizo distribuir una copia de sus ensayos a todos los funcionarios rusos en 2014. Ilyin promueve la idea de una nación rusa al abrigo de las amenazas externas, del comunismo y del individualismo. Esta Rusia hablaría con una sola voz y sería dirigida por solo un hombre redentor que habría devuelto la verdadera cultura rusa a su pueblo. Las elecciones no serían más que un ritual para ratificar ese poder. Habría un gesto de subyugación de la nación.

En Rusia se ha pasado del avance social a la política de las virtudes y de la hostilidad. Una vez llegados a esta etapa a nivel doméstico, se hace necesario incluirlo también en la política extranjera. El Kremlin explota la confianza de los países europeos donde los populistas se sirven del mito del estado nación de antaño.

Snyder nos pone en guardia, no debemos ser complacientes. No es difícil provocar un cambio de régimen, siempre que las acciones no violentas contra un poder en fase de autoritarismo tengan lugar desde el comienzo. Cuanto más se espere más difícil será el éxito. La tiranía nunca está muy lejos.

Leyendo los numerosos escritos de Snyder y escuchando sus conferencias, se comprende que el caso de Ucrania es de hecho arquetípico de la integración europea. Si los europeos comprenden mejor su historia, tendrán una actitud más comprensiva de hacia los ucranianos. Parecería ilusorio tratar con indulgencia a Rusia mientras su clase dirigente desea la desintegración de la Unión Europea. De la misma manera, los países europeos nostálgicos de los años 30 no pueden dar por sentada su adhesión permanente a la Unión Europea.

FΩRMIdea Londres, el 16 de mayo de 2018. Texto traducido del francès por Claudio Sales Palmero.

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