SAN MARTÍN

 

La colectividad francesa de San Martín y el estado autónomo del Reino de los Países Bajos San Maarten comparten una misma pequeña isla que mide menos de 96 kilómetros cuadrados.  Hace poco, era esta isla un paraíso para los turistas americanos a quienes les encantaban sus magníficas playas de fina arena blanca, con aguas azul turquesa, espectaculares bahías consteladas de grandes hoteles y quintas de estilo mediterráneo, lagunas llenas de yates y veleros, restaurantes de alta gastronomía francesa, tiendas de lujo y un clima agradable todo el año.

Tuvo tanto éxito San Martín que se volvió un polo económico que atrajo a numerosos inmigrantes de Haití, de la República dominicana y de las pequeñas Antillas anglófonas que optaron por su independencia. Por otra parte, el idioma de los nativos es el inglés, cualquiera que sea el lado de la frontera donde uno se encuentre, frontera que no existe sino en teoría. Todavía hoy día, en esta isla de 80.000 habitantes conviven centenares de nacionalidades. Además, el aeropuerto de Princesa Juliana de San Martín es uno de los más frecuentados del Caribe. Pero desgraciadamente, los promotores inmobiliarios y las municipalidades se han olvidado de los caprichos de Nuestra Madre Naturaleza. Durante la noche del 5 al 6 de septiembre de 2017, azotó el archipiélago de las Islas del Viento (de las que forma parte San Martín) un ciclón de categoría 5 llamado Irma- con vientos de 287 kilómetros por hora y ráfagas que podían alcanzar los 360 kilómetros por hora. Irma lo arrasó todo. Asistieron a espectáculos apocalípticos los vecinos y los turistas: barcos y contenedores proyectados hasta las calles, los árboles arrancados, las casas que se volaban, las calles llenas de barro, los coches que se empotraban, aeropuertos y puertos destruidos, ya no había electricidad ni agua corriente, ni agua potable, ya no funcionaban las fábricas de desalinización. Y después llegaron los saqueos, la inseguridad y el descontento del pueblo. El paraíso tropical se hizo un infierno terrestre de un día a otro. Algunos se preguntan si se podrá seguir viviendo en las pequeñas Antillas con huracanes tan devastadores.

Después de Irma no se repuso nunca San Martín. Yo fui a Philipsburg, capital de la parte holandesa en diciembre de 2019. Los daños seguían afectando la ciudad a pesar de los esfuerzos hercúleos de los neerlandeses y de los habitantes de San Martín. Volví allá en julio de 2022. Siguen reconstruyendo, pero aun se ven las ruinas sobre todo en la parte norte, el lado francés. Es verdad que el sur de la isla es mucho más desarrollado y americanizado. Si no fuera por el estado lamentable de las carreteras, casi nos creeríamos en Florida. Unos promotores franceses han construido dos gigantescas torres de vidrio en Simpson Bay, parte holandesa …. Podemos preguntarnos si la reconstrucción de Sint Maarten es una feliz oportunidad cuando los ciclones se hacen cada vez más violentos.

Cuando vamos tierra adentro, muy pronto nos damos cuenta de la pobreza, hasta en la parte holandesa, y el Covid empeoró la situación. La miseria es más evidente al norte de la frontera. No son atractivos el Barrio de Orléans y Sandy Grounds, con sus casitas abandonadas y jóvenes gamberros que llevan vestidos codificados y enormes joyas de oro. Esos últimos no vacilan en voltear con las motos por las carreteras saturadas. No podemos sino comprobar que existe una gran disparidad social en la isla. Si visitamos la Bahía oriental que los nativos llaman “Orient Bay”, todo está construido de nuevo, todo es hermoso y todo está escrito en francés. Aun hablan el idioma de Moliere.  Por poco nos creeríamos en el sur de Francia. Allí viven muchos metropolitanos y expatriados. Las villas son espléndidas, las aceras muy limpias y todo el municipio está arbolado.

Lo más desagradable en estos sitios ricos es la privatización de las playas. Por ejemplo, para ir a la de Anse Michel, hay que cruzar un restaurante o un hotel donde se alquilan numerosas tumbonas por 30 € cada una por día. Nadie se atreve a desplegar una toalla en la arena. La exclusividad es natural.

A pesar de todo vale la pena visitar San Martín por muchos motivos:

1- Allí comemos muy bien. Le Pressoir y l’Auberge Gourmande en Grand Case y O’plongeoir en Marigot son lo imprescindible. Nos sedujo mucho l’Auberge Gourmande con sus platos riquísimos y un servicio excelente. Existe otra categoría, “los lolos” en la playa de Grand Case en el puerto de Marigot para los almuerzos locales. Son sabrosas y baratas las especialidades antillanas.

2- si os hospedáis en un hotel, podréis aprovecharos de su playa de blanca arena y su mar azul turquesa, como lo hicimos en el magnífico hotel Divi en Little Bay. No es necesario ir a otro sitio, excepto si queréis ver Maho donde aterrizan los aviones. Así ahorraréis 30 € por día cada persona.

3-La doble nacionalidad de la isla permite experimentar dos mundos: América y la Vieja Europa. Si os gustan los productos americanos, dad un paseo por los supermercados en el lado holandés como Safeway. Al contrario de la colectividad de San Martín, Sint Maarten no forma parte de la Unión Europea, pues, cuidado con las facturas de teléfono si cruzáis la frontera.

4-Las compras en Philipsburg: no hay tasas. Allí, se han instalado numerosos joyeros indios.

5-Marigot es todavía un lugar agradable para pasearse. Aun queda mucho por hacer para recobrar su antiguo esplendor, particularmente el puerto de recreo en el centro de la ciudad.

6-Descubrir la Francia anglófona y mejorar el habla inglesa. Lo que puede sorprender a mucha gente es que el habla francesa sigue ausente en San Martín. Todo está escrito en inglés: el nombre de las tiendas, los carteles al exterior, y las listas de platos. Sólo usan el habla francesa los metropolitanos y la administración. Pero sacan provecho de esta tolerancia (¿o aceptación?) del Estado. Al contrario de las otras islas antillanas nadie tiene resentimiento para con Francia. Es lo contrario; se celebra el 14 de julio con muchas actividades en Marigot con fuegos artificiales y un gran concierto por la noche, mientras que en Martinica organizan un pequeño desfile de majorettes muy temprano por la mañana con una protección oficial.

San Bartolomé

 

La realidad de San Bartolomé difiere mucho de las pequeñas Antillas. Todo es lindo y bien cuidado; las carreteras, las aceras, los pueblos, las playas, los parques. Gustavia y Lorient son modelitos urbanos. En la capital, Gustavia, protegen los monumentos históricos, conservan el patrimonio sueco, además señalan el nombre de las calles en francés y sueco. Las playas han conservado su aspecto salvaje, pues la colectividad de San Bartolomé prohíbe que se privaticen y se construyan hoteles a orillas de las playas. Que seas rico o pobre (estos últimos son pocos en San Bartolomé) tienes que desplegar tu toalla en la misma arena; No hay tumbonas, colchones neumáticos, camareros, cocteles ni música, lo que nos alivió mucho.

En el aeropuerto Rémy de Haenen se ven a los pasajeros, entre los que muchos norteamericanos, sonriendo al ver la hermosura del lugar, y seducidos por la riqueza y la quietud de esta isla.

Claro, en tal paraíso, hay muy poca delincuencia o crímenes. Ni ricos oligarcas asesinados. En San Bartolomé     Resulta difícil instalarse ya que alojarse cuesta un dineral. Una quinta cuesta millones de Euros. Sin embargo, el sector de la construcción sale fenomenal, lo que explica la presencia de unos 3.000 trabajadores portugueses en esta colectividad autónoma de más de 10.000 habitantes que han elegido vivir fuera de la Unión Europea. Las placas de matrícula enarbolan el muy real blasón de la isla. No hay ninguna referencia a la bandera europea o a la “F” francesa. Pero en San Bart la población se vanagloria de ser francesa. El idioma dominante es el francés. Al contrario de Guadalupe y Martinica, los habitantes de San Bartolomé practican también el habla inglesa para desarrollar el turismo. Aquí son apropiadas la obsequiosidad y la cortesía por lo cual es una isla muy acogedora. En esta Francia ultramarina olvidamos que San Bart fue destruida por Irma en 2017. No necesitaron más de tres días para limpiar las carreteras y tres meses para recobrar una vida casi normal, mientras que en San Martín, tres meses después de Irma, las carreteras seguían todavía con escombros. Indiscutiblemente el dinero ayuda mucho. Los vecinos prestaron dinero inmediatamente para reconstruir la isla.

Es una realidad muy diferente de San Martín donde no han hecho nada sin las ayudas del Estado francés o el dinero de los seguros. Cabe decir que son numerosos los habitantes de San Martín que no tenían y todavía no tienen seguros. Algunos de ellos, que tenían un seguro se fueron a vivir a otro país después de recibir el dinero de los seguros.


San Martín


San Bartolomé


Playa de Maho (NL)


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Pierre Scordia


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