Aurora: Crónica no autorizada de una colega complicada
En la sala de profesores de esta prestigiosa universidad inglesa (prestigiosa, sí, aunque el café parece agua de calcetín), allí está ella: de pie, con su abrigo beige que ha sobrevivido, aparentemente, a más inviernos que un roble centenario. A mi llegada, se gira lentamente —como si el mundo le debiera algo— y me lanza una sonrisa digna de villana de telenovela. Me acerco y ella, cual diva ofendida, me da la espalda con una elegancia que solo puede describirse como “hostilidad de alto nivel”.
Su cabello, de un castaño indeciso, cae en mechones tristes sobre un impermeable que intenta (sin éxito) esconder unas curvas muy a lo Botero. Pero que nadie se engañe: Aurora no es una pera. No, Aurora es más bien una criatura nocturna cuya filosofía de vida parece ser: “La maldad bien organizada es simplemente eficiencia emocional”. Cada vez que lanza una indirecta venenosa, parece rejuvenecer cinco años. Es como si se alimentara del drama ajeno. Spoiler: lo hace.Aurora no me respeta. Para demostrarlo con estilo, saluda con exagerado entusiasmo al subdirector. Le ríe los chistes malos, le roza el brazo, y por un momento parece hasta simpática. Su rostro se ilumina, las mejillas toman color y su nariz, normalmente puntiaguda como una daga, parece hasta humana. Pero en sus ojos… nada. Cero brillo. Como dos pasas en un bizcocho olvidado.
Esta mujer ha hecho del primer día de los nuevos profesores una especie de ritual de humillación. Según ella, haber pisado la Sorbona —aunque fuera por accidente— le da superioridad moral. Yo, pobre mortal graduado en dos humildes universidades gringas, claramente no paso el casting.Su plan maestro es simple: hacerse amiga del jefe y del sindicato (estrategia doble combo) para convertir la sala de profesores en su propio show de telerrealidad. Y así, con una sonrisa de esfinge, suelta en voz alta que solo los que hayan estudiado en Francia pueden enseñar cultura francesa. Porque, claro, todo el talento francófono del mundo brota mágicamente del Sena.
Después de varios episodios de calumnias “made in Aurora”, que me han dejado más solo que un cactus en el Ártico, he decidido adoptar el noble arte del estoicismo. Aurora me concede una pausa —por puro aburrimiento, supongo— ya que ha encontrado un nuevo objetivo: María, rubia, inteligente, elegante, de Lille y, lo peor para Aurora: con un doctorado y una sonrisa sincera. ¡Horror!
Disfrutando esta tregua milagrosa, dedico mis cursos a Canadá y África, lejos del radar de la reina del abrigo beige, y solicito trabajar a tiempo parcial para no intoxicarme del ambiente con aroma a tensión académica. Un día, María y yo comparamos notas (y heridas) y decidimos llevar nuestras quejas directamente al decano. Nada de intermediarios: si vas a quejarte, hazlo con estilo.El decano, sorprendentemente, actúa. Aurora es convocada, aunque claro, no la despiden. Solo una advertencia formal. Y como todos sabemos, una advertencia escrita a una Aurora es como una gota de agua sobre una sartén caliente.
Cinco años después, seguimos “agradecidos” a nuestra querida compañera. Su generoso veneno logró lo impensable: María se fue a Suiza a dar clases entre montañas y chocolates. La universidad, para salvar la imagen (y quizá otras cosas), pidió que dijera que se iba por razones humanitarias. Oficialmente, su madre enferma necesitaba cuidados en Lausana. En la práctica, necesitaba huir.¿Y yo? Yo me quedo con mis palabras, mi estoicismo y el arte de esquivar a Aurora en los pasillos como si fuera un deporte olímpico.
Aurora, al parecer, desconoce la meditación, el yoga o cualquier forma de introspección que no implique mirar su reflejo en una vitrina. Tal vez algún día, su hígado o el karma la detengan. Mientras tanto, me aferro a una vieja creencia ingenua: que al final uno recoge lo que siembra. Y si no… siempre nos quedará la diatriba.
Termino con una cita que le va como anillo al dedo, cortesía de La Rochefoucauld:“El odio por los favoritos no es otra cosa que el amor por los favores. El despecho de no poseerlos se consuela y se apacigua con el desprecio que uno siente por aquellos que los poseen.”
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