Nueva York | Julio de 2005

New York, New York… ¡Aquí estoy! New York… Jonathan llega a Newark, New Jersey. Cruzar la frontera no fue mas que una formalidad. ¿Sería posible que a los americanos les gustaran sus vecinos? ¡Qué cambio en el tratamiento desde que obtuvo la nacionalidad canadiense! Recuerda que los Gringos le acogían mas bien de manera bastante tibia cuando tenía un pasaporte francés. Aquella vez, solo le preguntaron cual era su destinación. Una sola pregunta, por favor; ningún sello, ningún interrogatorio, ninguna huella digital, ninguna foto, ni sospecha, ni condescendencia, ni fecha de vencimiento. Hasta le esbozaron una sonrisa. ¿Sería El ‘Bushland’ mas acogedor que el régimen democrático de Clinton? Desde ahora puede quedarse aquí tanto tiempo como le guste en este Eldorado.

Para acogerlo, aquí esta su hermano David. Son las 6 de la tarde. Se dan un abrazo muy rápidamente. Jon pregunta porqué no está aquí su madre. Le asombra saber que difirió su venida para ir a Roma para una inauguración de arte. Llegados al aparcamiento, colocan las maletas en el enorme 4×4. Cerca del volante, anda rodando una gran taza de Starbucks. Llevan un retraso de dos horas a causa de los atascos continuos y las desaceleraciones; Por fin, llegan a Hoboken, situado solo a unos 15 kilómetros del aeropuerto. Aprovechan la ocasión para recuperar el tiempo perdido después de tantos años de silencio.  Nunca fueron muy próximos. David esta en el mayor apuro desde que ha vuelto de California. Su esposa se deprimía desde que vivían en el New Jersey y su oficina esta despidiendo a la tercera parte de los empleados. ¿Y tu hija? Le pregunta Jonathan. David se olvido de hablar de la chiquilla de 18 meses. “sí, es muy mona, aunque hiperactiva. Hubiéramos preferido una vida sin hijos. Pero, la presión de los cuarenta años, ya ves… Ya no hay tiempo para pensar”. Esta nueva responsabilidad no ayuda de ninguna manera a levantarle el animo a su esposa. Sin embargo, David hace todo su posible para hacer la vida más fácil a su compañera. Manda a su hija a una guardería encopetada que le cuesta 1500 $ al mes y llama a menudo a la joven niñera australiana que vive en una calle muy cerca. De nada sirve, el mero hecho de pensar que el papel de madre responsable durara por lo menos mas de 20 años, la desanima mucho, como si la condenaran a 2 décadas de cárcel.

Sin embargo, es una Jackie muy risueña a quien encuentra Jonathan al llegar a su piso con 4 habitaciones con vista al rio Hudson y al Westside de Manhattan. Lleva a la niña en brazos, una gran sonrisa a lo americano, y le dice con cierta ironía: “how are you honey? Welcome to New Jersey!”. En cuanto coloca al bebé en el suelo éste se agita en todas direcciones y acaba por aturdir a Jonathan. Los ladridos de la perra, un pequeño Cocker, no hacen mas que acentuar una impresión de desorden y de cacofonía.

Poco importa, Jon esta en Nueva York, lo que siempre deseo. Su billete de vuelta esta previsto para septiembre, pero le da igual. El champan de la primera tarde, la noche caliente húmeda de julio y la vista panorámica del Manhattan nocturno le dan alegría y las ganas de vivir, de triunfar y de pasárselo pipa.

***

Se pasa los primeros días explorando la ciudad para dar con un club de deporte que le convenga, club situado en Port Authority, en la avenida 42. Por nada en el mundo se descuidaría de su cuerpo, su amigo mas fiel. Por lo demás, en esa ciudad es necesario imponerse físicamente para sobrevivir.  Nueva York lo seduce con su vertiginosa arquitectura, sus habitantes extravertidos, su incansable energía, su vivacidad de ingenio, su inagotable avidez, su rapidez. Cada día, descubre un barrio de la isla. Se siente en osmosis con Nueva York. De veras esta convencido de que su vida va a tomar un viraje decisivo aquí mismo.

***

Un sábado, por la tarde, se sienta en la mesa de un café ambientado de Greenwich Village. Pide un café solo, se pone cómodo, saca de su bolsa cuaderno y bolígrafo esperando por fin encontrar la inspiración.  ya escribió una novela que no consiguió publicar. De los trece ejemplares de manuscrito que fueron mandados, ocho pasaron por comités de lectura de editoriales. En resumen, recibió cuatro cartas de rechazo, de las mas bellas. Con todo, le han quitado un sueño. Saca conclusiones de ello y decide cerrar el capitulo Montreal. Canadá le ha desilusionado. Seguro que el mundo anglosajón le sentara mejor.

Se pregunto lo que le gustaría leer a la gente. A lo mejor tendría que escribir algo parecido a Harry Potter, urbano y al mismo tiempo erótico para atraer a las lectoras. Esta convencido de que las mujeres leen mas. Basta con observar en el metro, ellas son las que leen novelas. Los hombres tienen menos paciencia y se contentan con los periódicos o mejor, ojean. Pero aquella tarde, es Jonathan a quien ojean. Un hombre, sentado a dos mesas de él, le esta observando dos veces seguidas. El también esta escribiendo. ¿Buscara la inspiración a través de la cara de Jonathan? Esboza una sonrisa. Un cuarto de hora después se levanta y pregunta a este desconocido si puede cuidar de sus trastos mientras que se va a los servicios. Cuando vuelve, este ultimo le pregunta:

¿De dónde viene Usted?
– No más que de los servicios, contesta con un guiño.
– No conocía aquel país.
– ¿Cómo sabe Usted que no soy de aquí?
– Un vecino de Nueva York no abandonaría sus trastos y no los dejaría a un desconocido.
– Pero Usted no es un hombre como los demás. – ¿De veras?
– Mi ángel de la guarda.
Me muero de risa y me presento, Gabriel López Dixon. Ya que estamos, llámeme Ángel Gabriel; una risa burlona deja ver una dentadura perfecta y blanca, como en las películas de Hollywood.

Jonathan Rosen; pero llámeme Jon.
– ¿Es escritor?
– Sí, como Usted. Podemos juntarnos.

Charlan los dos durante muchas horas. Se parecen en muchos aspectos: la búsqueda perpetua, la fe en el positivismo, la escritura, la ambición profesional, el amor a Nueva York y por fin los idiomas. Los dos son trilingües Jon habla español de corrido, lo que le gusta a su interlocutor ya que ese ultimo, aunque de tez pálida, es originario de Puerto Rico. A semejanza de lo selecto de la sociedad de Nueva York, Gabriel es francofilia y de habla francesa. Por lo menos lee el idioma de Molière. Y eso le sirve mucho ya que en su trabajo tiene que arreglárselas con numerosos franceses.

Hay que saber que en mi oficina buscamos capacitaciones como las suyas, alguien que sea sociable, capaz de emprender, que tenga garbo, que sea convincente, imaginativo, trilingüe: inglés, español, y francés, idiomas maternos. Resulta imposible encontrar a tal perle en Nueva York.
De veras, en el Quebec, hay un montón de gente así. Tendría que contratar desde Montreal. Podrá contratar en abundancia a canadienses como yo, trilingües, de origen francés – ¿canadiense, es usted canadiense, de veras?
Sí.
Es interesante. ¿Le va a parecer algo repentino, pero acaso le interesaría mi oferta? Sonríe Jonathan, su cara extática es una respuesta.
– ¿Necesito pensarlo…Seria Ud. mi ángel?
El destino nos ha reunido.
– Argumento irrebatible. Lo voy a pensar. Es una oferta tentadora.
¿Le gusta Nueva York?
– Sí, es como la nueva Roma del siglo XX, ¿no?
– Entonces, tiene que conocer a Ángela. Mi jefa es una mujer excepcional. Le va a gustar a Ud. y Ud. también le gustara a ella. Estoy seguro.
Entonces no puedo menos que encontrarla.
– Guay. La llamo ahora mismo.

Gabriel saca su celular y compone el numero. Nadie contesta.
Ah sí, se me olvido. Se fue a Londres para el fin de semana.  Estará de vuelta dentro de algunos días.
– ¿Pero en qué consiste el empleo que se me ofrece?
– Qué hace Ud. mañana? – Nada especial.
– Conoce Ud. Chelsea? – Para decir la verdad, no.
Nos vemos mañana. Estación de metro calle 28 y le hablaré de la empresa.

Como la discusión iba a buen paso, les asombro haber llegado ya a Penn Station. Aquí se cambian los números de teléfono y se despiden.

Que linda es la vida” se dice Jonathan mientras sigue caminando hacia Broadway. La vida no es mas que pura magia cuando uno es positivo. A donde quiera que vaya, sale de apuros gracias a una suerte fenomenal. Le llaman por teléfono. Descuelga y oye a su cuñada que le pide que vuelva a casa lo mas pronto posible. Habla con una voz temblorosa y espantada. 

Cuando llega al piso de Hoboken, ella le anuncia que ha perdido a Rachel, su hija, y no es capaz de recordar dónde.
– ¿Cómo es posible?
– Rachel se durmió y, a causa de un momento de ausencia, salí de nuevo sola.

Juntos deciden explorar los parques del barrio, y veinte minutos más tarde, encuentran a Rachel, abandonada en su cochecito. Su suegra echa a llorar a lagrima viva.
Por favor, no le digas nada a Dave. ¿Prometido?
-OK.
– ¿Me lo prometes?
– Sí.
Ya que vive en su casa, no tiene otro remedio.

Al anochecer, David regresa del trabajo. Les pregunta si lo pasaron bien. Jon dijo que se lo pasaron bomba. Todos piensan que se trata realmente de una oportunidad, que la ocasión la pintan calva. La capital financiera y económica les abre los brazos a los atrevidos y ambiciosos; tranquilizan a Jonathan, puede quedar con ellos. Cuando David pregunta a su esposa como se paso el día, si fue a ver a su psi, Jonathan queda estupefacto.
– ¿Estas en terapia?
Sigue un leve malestar hasta que David confiesa que su esposa a veces tiene visiones durante las cuales imagina que esta estrangulando a su bebé. A Jonathan le da un escalofrió y no chista. Se levanta, se disculpa diciendo que tiene sueno.  

***

Al día siguiente recibe un texto de Gabriel que le dice: “nos vemos delante de la estación de la calle 23 (líneas 1 ,2,3) a las dos de la tarde. Se encuentran de nuevo. Su ángel protector parece caluroso, entusiasta y dinámico todo el día; Visitan el Midtown y la ciudad baja, le convida para el almuerzo y al fin del día le ofrece un coctel en un bar con camareros medio desnudos y musculosos…
¿Entonces, sueñas con vivir aquí?
– Me gustaría mucho.
-. Basta con pedirlo.  ¡Anda! repite tras mi: “I am in New York, Manhattan is my home.” No   seas tímido o azorado, ¡dilo muy fuerte!
OK. I am in New York, Manhattan is my home.
Dilo otra vez con mas convicción. Solo se realizan los deseos si uno cree en ellos. Cierra los ojos, ensimísmate, imagina tu estancia en Manhattan.
Gabriel está con una amplia sonrisa en los labios, le brillan sus grandes ojos. 

Ya está bien. ya ves, no resulta difícil alcanzar sus objetivos en la vida. He hablado con Ángela y esta de acuerdo para encontrarte pasado mañana.

***

Dos días después, Gabriel lleva a Jonathan delante de las oficinas de New Amsterdam Home en la calle 28.

– Tengo que irme. Nos vemos mañana en Greenwich. ¿Vale?
Atraviesa espaciosos y luminosos despachos. Allí se atarea una gente que se expresa en diferentes idiomas. la recepcionista le pide que se siente y que espere hasta que Ángela lo atienda. Algunos minutos mas tarde, la recepcionista llega y lo conduce al gran despacho de la presidente.

Ángela no es la mujer imponente y fría que él se imaginaba. Ángela es alta, pelirroja, gordita, de aspecto acogedor benévola y sonriente, con una voz muy suave.

El se siente a gusto. Ella le explica brevemente en qué consistiría su empleo y luego habla de asuntos de la vida. Se dan cuentan de que comparten una misma filosofía de la vida. Están completamente en osmosis. Van pasando tres horas sin darse cuenta de nada.

Ella termina la conversación preguntándole:
– ¿Puede empezar la semana próxima?
– No tengo permiso para trabajar.
– No es un problema. Nuestro abogado se encargará de los tramites.  Pues, Hasta el lunes, a las 10. Le presentaré a sus asociados.

En ese mismo momento, Jonathan ya no sabe si esta viviendo una realidad o un sueno. ¿Sería tan fácil la vida? ¿Bastaría con creer en ello para conseguirlo? Al salir, decide irse andando. Le alcanza la euforia como si estuviera embriagado.  Ya ni oye los ruidos de la calle. Se siente ligero y feliz. Por fin realiza su sueño: vivir en la megalópolis mas excitante del mundo. ¡El encuentro con Gabriel fue algo que no podía esperar!

DOS MESES MÁS TARDE

El ambiente en el piso no es guay. Dave y Jackie suelen reñir a propósito de su hija. Jackie le echa en cara a su marido haber insistido mucho para que guardara el bebé cuando estaba embarazada . Si no hubieran tenido a la hija, podrían haber quedado en Manhattan en vez de llegar a ser Bridge and Tunnel people, gente de las afueras que tienen que cruzar cada día los puentes o túneles para ir a Nueva York. En Nueva York, hasta se burlan a menudo del estado cercano que consideran algo grosero y sin ninguna clase.

Jon, ¿Por que están tan deprimidos los vecinos de Nueva York? Pregunta Jackie.
– No lo sé.
Porque en la extremidad del túnel no ven la luz sino el New Jersey.

Para qué vivir en esta megalópolis si no se puede aprovechar de la atrevida vida ciudadana de Nueva York. Las afueras son como un inmenso universo grisáceo o rojizo, borroso, frío y aburrido donde uno se siente aislado, aunque solo esta a 15 minutos de Manhattan. La venida de un niño te impide conocer la vida trepidante que Nueva York sabe ofrecer a los individualistas en busca de aventuras, placeres y conquistas. A Jackie le parece que la vida ya no es atractiva, y que desde entonces esta condenada a ser una esclava como las madres de familia: cocinar, lavar la ropa, limpiar la casa, ir de compras, asistir a las asambleas en las escuelas, tener preocupaciones, envejecer y volverse gorda sin darse cuenta… hasta el día en que el marido se enamora de una jovencita dinámica.

***

El trabajo en New Amsterdam Home no es fácil por muchos motivos. Es mas complicado que lo previsto para conseguir una visa ya que el gobierno Bush ha impuesto un numero limitado de autorizaciones, incluso para los canadienses. En el despacho reina un ambiente estresante. El brazo derecho de Ángela, Francis, es un jilipolla que exige que todos los empleados de la empresa se sacrifiquen día y noche con el fin de que New Amsterdam Home sea el líder en la inmobiliaria, que sin contar con que otros colegas envidian el nuevo puesto que le dieron a Jon. Además, le mandan que asista a clases de derecho para que consiga una cédula de agente inmobiliario. Todas esas tareas le parecen fuera de su competencia al joven.

Lo extraño, es que Jon no ha visto nunca a Gabriel trabajando. Se hablan a menudo por teléfono. Se ríen a menudo. Juntos ojean a todos los empleados de la empresa y se burlan de ellos. Como Jon tiene confianza en esa nueva complicidad, le confía sus inquietudes, principalmente a propósito del vencimiento de su seguro de enfermedad que se acaba dentro de una semana, y a propósito de todos los objetivos que ha de conseguir. Al principio, Gabriel queda silencioso y le conforta con palabras adecuadas. “Uno no puede funcionar en el miedo. ¿Un seguro? Para que gastar tanto dinero cuando uno tiene mucha energía y vitalidad. ¡Ni pensarlo! Cada cual crea los acontecimientos. Sé siempre atrevido, alegre y optimista cualquiera que sea la situación. Conseguirás, no lo dudo.” 

Cada día, Gabriel se hace un poco más un gurú.

 

***

La semana pasa, tomar túneles o puentes es, desde ahora, un asunto diario, se acostumbra a las agarradas nocturnas entre su hermano y su cuñada, a los incesantes ladridos del cocker, al zumbido de la ciudad que le quiebra la cabeza sin cesar: las sirenas de los coches policiacos, el ruido de la ventilación del Subway, las bocinas, los gritos de algunos locos, las voces de los peatones le resuenan en la cabeza. Todavía no domina la tarea que le incumbe. Francis lo está siempre vigilando, y Ángela se aparta de él cada vez más. El estrés invade su rutina. Cuando esta trabajando, los días le parecen cada vez mas largos, tardan las comisiones tan esperadas, y por fin el cansancio se apodera de Jon. Descansar es imposible. Toda esa pesadez le avasalla.

El fin de semana es sinónimo de soledad o de un rollo de una noche. Va andando como alma en pena por ese Manhattan que le gusta tanto pero que se le escapa cada vez mas . Un domingo, da con un conocido de Montreal, y los dos deciden almorzar juntos en Harlem.

Era un día soleado de septiembre, con una temperatura de las mas agradables, sin ninguna humedad, como el 11 de septiembre de 2001. Dan le propone una cita para tomar un brunch en una terraza del bulevar Malcom X. los dos hombres se dan un abrazo como si hubieran vivido juntos un tremendo acontecimiento.  El americano lo convida: “un Bloody Mary atizara de nuevo nuestra amistad”.

Dan le sonríe, tiene una dentición blanca perfecta, como solo tienen el secreto los metrosexuales afroamericanos. Vestido de manera sencilla, pero de buen gusto: polo y vaqueros ajustados, de marca Abercrombie & Fitch. 1 metro 78, musculoso, de facciones finas, piel negra y lisa, si hubiera sido un poco mas alto, seguro que habría sido modelo.
Quería agradecerte por tu ayuda la tarde en que me caí en Montreal. Sin ti, hubiera tenido graves complicaciones en la rodilla.
– No es nada.  Sobre todo, tienes que agradecer al médico que te ha operado gratuitamente.
– Pues la gente no tiene bastante conciencia de la suerte que tiene cuando va andando sin dolores. Si lo pensamos bien, poder mover el cuerpo es un milagro.
– Si. ¿Como se llamaba el médico?
No me acuerdo de su apellido… Un nombre que se terminaba en “el” creo. Lo he escrito en algún sitio… creo que lo apunté en algún sitio. Lo averiguaré cuando vuelva a casa. Otra cosa: ¿te gusta la vida en Nueva York?
– Sí. Me encanta. Es como un sueño que se hace realidad.
– La vida en Nueva York es genial. Pero hace falta merecerla.

El ano pasado, Dan estaba sacando fotos en la esquina de la calle Saint-Denis y Sherbrooke en Montreal, cuando lo atropello un scooter cuyo conductor huyo inmediatamente después del accidente. La colisión fue tremenda para la rodilla que acabó ensangrentada del americano. Jonathan que estaba allí cuando ocurrió, lo ayudo y lo llevo al hospital Saint-Luc donde le asistió un médico muy solicito y condescendiente. Por lo demás Jonathan se quedó con Dan toda la noche. Desde entonces, trabaron amistad los dos.

– Tomamos un Yellow Cab y te llevo al hospital de Harlem; es el mas cerca de aquí. Vale mejor ser prudente; ¿Cual es el teléfono de tu hermano?Jonathan se lo comunica. Dan paga la cuenta y en seguida llama un taxi al salir del restaurante.
Llama a David para explicarle la situación.
– OK. A que hospital vais?
– Al North General Hospital.
– ¡No! Lleva a mi hermano al Mount Sinai en Madison Avenue.
– Me parece que el de Harlem sería mejor ya que esta mas cerca.
– No. Escucha atentamente lo que te digo: Conduce a mi hermano a los judíos. Cuidaran mejor a mi hermano. ¿Entiendes?
– OK.
– Quiero hablar con Jon.
– Escucha, asegúrate de que te llevan al Mount Sinai.
– Tengo un problema.
– Si, lo sé. Pero todo saldrá bien. Estarás en buenas manos. Las mejores.
– No. Es a causa de mi seguro.
– ¿Que te pasa con el seguro?
– Venció la semana pasada.
– Entonces, da una falsa dirección.

Llegados al Mount Sinai, los dos amigos se dirigen hacia las urgencias. No esperan. Le explican el problema a una enfermera negra. Hace unas preguntas y le pregunta si tiene un seguro. Después, conduce a Jonathan hacia una cama, le pide que se siente, y empieza haciéndole una perfusión, luego una toma de sangre, y por fin un cardiograma. Dan regresa y le dice:
No puedo quedarme más tiempo. Acabo de llamar a tu hermano y quiere que lo llames mañana por la mañana.
– Si aún puedo llamarle.
– No te preocupes, todo saldrá bien. Es un hospital muy bueno. Te hemos confiado a las mejores manos del país. Acabo de comprar un libro en la librería cerca de aquí. Te lo dejo.

Allí está, solo en su cama en las urgencias, inquietándose por lo que le puede ocurrir. Se siente algo amargo, con el sentimiento de estar abandonado y de morir en la soledad. Nunca se había imaginado que podría fallecer tan joven. ¿Sería posible que la vida se terminara de esta manera, quedara en agua de borrajas? Sin que pudiera realizar nada, que su paso por la tierra fuera tan insignificante y ridículo como el de una cucaracha que acabase su vida aplastada y que nadie recordara. Echa un vistazo al libro que le ha dejado Dan. Habla de la cábala, “The Power of Kabbalah”. Lo abre y lee la primera pagina. Celebran la llama, esa energía que mantiene la vida. Se da cuenta de que su propia llama va apagándose, consecuencia de numerosos desencantos, aunque aprovecho todas las oportunidades que le ha ofrecido la vida. “Life is a bitch” resultaría mejor para el titulo de su obra si tuviera que escribir una historia. Vuelve la enfermera con el resultado de los primeros análisis.

¿A veces, se le ocurre comer? 
-Si. ¿Por qué me lo pregunta?
Ya no tiene casi potasio en la sangre. Debemos llevarlo a los cuidados intensivos. Todo indica que tiene un infarto. Dentro de poco, el médico vendrá a auscultarle. Ah, ya llega.
Es un joven médico, moreno, de estatura media, con gafas redondas, muy guapo.

– Buenos días Jonathan, ¿estás asegurado?
– Si, y soy canadiense.
– OK, Esta tarde le observamos, y mañana por la mañana, le haremos exámenes: IRM, le someteremos a pruebas cardiovasculares. OK. ¿Vale?

– OK.

La noche es larga. ¿Tendrá un infarto? Numerosos pensamientos e imágenes le pasan por la cabeza. Está tan ansioso, que ni tiene la fuerza de seguir leyendo. Pesa cada minuto de esa larga noche. Está tan amargo que sus ojos se quedan secos. Hasta su madre, ocupada por actividades mundanas no se ha manifestado.

Por fin llega la madrugada. Enfermeros y médicos entran en el cuarto. Le hacen una IRM, un escáner, y una prueba de esfuerzo. A eso de las doce el joven médico pelirrojo viene a verle. Con una voz suave, le dice que, aunque parecía haber tenido todos los síntomas de un infarto, su corazón seguía sano. ¡Un milagro! Le pide que vaya a ver a un médico cuando esté de vuelta en Canadá. Mientras tanto, le aconseja que tome aspirina de 75 mg cada día. Al salir, Jonathan da una dirección falsa, como se lo aconsejo su hermano.

Tan pronto como esta en la calle, el zumbido le tranquiliza. La vida sigue. Toma el metro para ir al New Jersey.  Su celular no deja de sonar tocar. Echa un vistazo y ve que se trata de Francis. No contesta. En el tren, piensa en la frase de este amable pelirrojo “cuando haya vuelto a Canadá”.  ¿No le ofrecen aquí la solución para poner fin a todo este estrés? Observa a la gente sentada a su alrededor. Todos parecen nerviosos, agitados, algo agresivos, ocupados y determinados. Tiene la impresión que el tren es un acuario lleno de tiburones que están dando vueltas.

Cuando llega a casa de su hermano, su cuñada lo acoge calurosamente. Ya que está en el piso, le pide que cuide de Rachel para el resto del día, porque quiere ir al otro lado del río Hudson. 15 minutos, y ya ha desaparecido.

Se encuentra solo con la niña y la coge en brazos. Suena de nuevo su teléfono. Otra vez Francis. Tiene una sola gana: la de dormir. Sin embargo, decide contestar para librarse de esa molestia.
– Dime, ¿que te pasa? ¿Has abandonado tu puesto?
-No, estoy enfermo.
– ¿Qué tienes?
– Una angina de pecho.
Largo silencio seguido de un suspiro a la otra extremidad de la línea de teléfono.

– Jon, entre nosotros, no creo que ese puesto sea para ti.
-Yo, tampoco lo creo.
– Bueno. Contento de que estemos de acuerdo en ese asunto.
– ¿Cuándo puedo pasar para cobrar mi sueldo?
– ¿Qué sueldo? No has conseguido los objetivos fijados.
– Trabajé durante un mes, principalmente a propósito de la reestructuración del servicio para las ventas de coinquilinos.
Lo siento, No tienes la visa HIB. No te podemos pagar. Nuestro abogado no pudo hacer nada.

En seguida cuelga el teléfono antes de que Jonathan pueda contestar.

Un mundo podrido, se dice. Pero esta tan agotado, que no quiere ir mas adelante en su pensamiento. Rendido, se tumba en la cama con Rachel que esta durmiendo en sus brazos. En seguida se hunde en el mundo del inconsciente. 

***

Siente unas manitas en la cara. Abre los ojos con dificultad y se pregunta donde está. Rachel estaba tirando de su nariz y de sus orejas. Siente un gran cansancio, pero el rostro sonriente de la niña le da cierto consuelo. Le sonríe. Al mismo momento oye un portazo y pasos que están subiendo los escalones. Es su hermano.
Hola Jon, ¿cómo estas?
– Hola Dave. Acaban de echarme de mi trabajo.
– OK, pero entre nosotros, no hay mal que por bien no venga. No estas hecho para Nueva York. Eres demasiado bueno para vivir aquí.
– Ah, ¿sí?
– ¿Tu corazón?
– Todo bien.
Perfecto. ¿Has dado una falsa dirección como te he dicho?
– Sí.
– ¿Regresas al Canadá?

Jonathan mira a su teléfono. Nadie le ha llamado desde la ultima llamada de Francis. Ni siquiera le ha llamado Gabriel. Responde a David con un suspiro.
-Todavía no lo sé.

***

Decide salir para respirar, se sienta en un banco del pequeño parque con vista al rio Hudson, observa esa imponente Manhattan que ya casi no le gusta. Un joven moreno llega y le pregunta si puede sentarse a su lado. Parece que tiene ganas de charlar un poco.

Eres de aquí?
– No, del Canadá.
– Yo vengo de Montevideo. ¿Conoces Uruguay?
No. Esta en frente de Argentina ¿no?
-Sí. Del otro lado del Rio de la Plata. Montevideo es una ciudad muy hermosa con magnificas playas de fina arena y un cielo austral azul.
– OK.
– ¿Estas de vacaciones aquí?
– No; he intentado vivir aquí, pero he fracasado.
Es una ciudad sofocante en la que estamos amontonados como ratas, en alojamientos insalubres cuyos alquileres son desorbitados. El clima es inaguantable por la pesadez del verano y el viento glacial del invierno. La gente no es simpática. Lo único que le interesa es su carrera y la guita.
¿Entonces por qué estas aquí?
El ego. Siempre pensé que la vida seria mas bella en otra parte. He sonado siempre con Nueva York. Me costo mucho tiempo para ahorrar lo necesario para emprender un viaje a los Estados Unidos. Pasé por Miami donde me quedé durante un año. Luego cuando hablé bien inglés, pasé el Rubicón. Mi familia y mis amigos, que se quedaron en Montevideo, me envidian. ¡Qué tontos! Si por lo menos supieran que viven tres veces mejor que yo.
– ¿Por qué no regresas a tu país?
– No puedo volver a Uruguay antes de haber conseguido aquí.
– ¿Qué haces?
Soy ingeniero mecánico, pero aquí soy camarero en un bar tapas.
¿Por qué apencas en un restaurante si tienes diplomas?
– Todavía, no he conseguido mi permiso de residencia. Pero asumo lo que he elegido.

Este señor, tan amargo y desganado, parece que es el hombre providencial. Al regresar a casa, anuncia a su hermano que volverá a Canadá dentro de 3 días.

***

Los últimos días en Nueva York son fenomenales. El buen humor está de vuelta en el piso, Hasta Jackie que es muy positiva e incluso optimista. Lo único que le molesta es el silencio de Gabriel. No responde a las llamadas, ni a los SMS, ni a los mails. ¿Le habrá abandonado, y le habrá traicionado? No le hablaría desde que fracaso.  Le entristece lo que siente, agrava su cansancio, le da una tez aun mas pálida y le borra el brillo de sus ojos verdes.

***

La salida es un quebranto. Jackie esta llorando mientras que David no deja ver ninguna emoción. Lo deja en la calle 42 cerca de Port Authority.
– Llámame cuando llegues a Montreal.
– OK.

En el bus Greyhound, Jonathan se sienta cerca de una ventanilla. El bus está medio lleno: jóvenes viajeros con una mochila, algunos latinos de mas edad y muchos haitianos. El bus no es súper confortable, nada que ver con los autocares lujosos de Brasil, Uruguay o Argentina. Las ultimas imágenes de Manhattan desfilan delante de su ventana antes de que el bus se hunda en el Lincoln Tunnel. Le sumerge un sentimiento de fracaso y tristeza. Algunas lagrimas le corren por las mejillas. ¿Que mas puede esperar de la vida? Lo tenía todo para triunfar en la Roma moderna, pero no tenia talla para vivir allí. Jonathan se siente debilitado y disminuido. Desde ahora, tendrá que limitar sus ambiciones y contentarse con una versión provincial de la Gran Manzana, Montreal o Toronto, a lo mejor.

El viaje es largo. Cuando llega a Saragota Springs, en el Upstate New York, recibe un SMS. Lo lee.
“Hola Jon, espero que te encuentres bien y que tu malestar es un mal recuerdo. Siento no haber podido quedarme en el hospital. Acabo de averiguar el apellido del médico en mi agenda de 2004. Lo extraño es que no nos dio su apellido. Solo apunté su nombre: Gabriel, como el ángel…. Lo que fue a mi parecer. Dan”.

Al leer el texto, un escalofrió le invade la espalda a Jonathan. Es verdad que se parecen los dos hombres. Cierra los ojos para acordárselo mejor, y se da cuenta de que el médico de Montreal es el doble de Gabriel, con 10 anos mas. ¡Increíble!
¡Vaya coincidencia!

***

Después de 6 horas de viaje, finalmente el bus alcanza la frontera canadiense. Jon se siente aliviado al ver la bandera con la hoja de arce, símbolo de una sociedad mas solidaria, mas compasiva. Esta tranquilizado. En cuanto cruza la frontera, la energía es diferente. Ya esta un otoño precoz, pero ese aire fresco le apacigua y le tranquiliza. Una ligera sensación de aburrimiento le invade el cuerpo, disminuye el latido de su corazón, pero lo suaviza.

Sube de nuevo al bus, porque los aduaneros canadienses no le han preguntado nada. Echa un vistazo a su celular y ve un SMS de David. “llámame, hemos perdido a Rachel. La policía esta interrogando a Jackie. La sospechan de haberla abandonado. Si por lo menos hubiera sabido que era capaz de hacerlo, hubiera podido ayudarla mejor a luchar contra su depresión”. 

Le invade un sentimiento de culpabilidad.

***

Al final, prefiere no llamar a su hermano. En el bus que viene en sentido opuesto, cree percibir a Gabriel a través de una ventanilla ahumada. Lleva gafas de sol. Jonathan le hace una señal con la mano. El desconocido esboza una sonrisa de dientes afueras. Una sonrisa algo burlona.

Traducido del francés.
Copyright:  2022©Pierre Scordia




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