En este texto personal y observador, Pierre Scordia relata su experiencia en dos grandes capitales europeas visitadas en un mismo viaje. A través de detalles cotidianos, retrata el contraste entre la imagen internacional de París y Londres y las tensiones internas que atraviesan. Dos ciudades brillantes, complejas, pero desconectadas de las realidades profundas de Francia y el Reino Unido. ¿Escaparates privilegiados o espejismos urbanos?

¿París y Londres reflejan la realidad de sus países?

París y Londres: dos metrópolis fascinantes, universales, sofisticadas. Dos ciudades que despiertan pasiones por su historia, cultura y arquitectura. Están tan cerca que suelen formar parte del mismo viaje para millones de turistas. Este año no pude resistirme. Recorrí, con los ojos del observador curioso, la Ciudad de la Luz y el Old Smoke.

París: entre el caos y la postal perfecta

Una llegada caótica y multicultural

El aeropuerto Charles de Gaulle ofrece una primera imagen poderosa: una diversidad humana palpable. Policías, aduaneros, chóferes, empleados —todos encarnan el crisol multicultural de la capital. La inmensidad del lugar, su densidad y ese caos tan típicamente “organizado a la francesa” me recuerdan que he aterrizado en una metrópoli mundial.

Ya en el andén, un agente —probablemente de origen magrebí— intenta avisar a una turista china de que su mochila está abierta. Ella no entiende. Traduzco. El agente comenta con su colega antillana que “han empezado a actuar en el sector”. Ese “han” revela la presencia de bandas conocidas por sus hurtos. Una realidad no tan diferente a otras grandes ciudades, aunque poco tranquilizadora.

El metro: un retrato de tensiones subterráneas

En el RER B, la experiencia se degrada rápidamente. Un tren cancelado sin explicación, 30 minutos de espera, empujones, insultos, retrasos. Una masa compacta de turistas y trabajadores se aprieta con resignación. Entre estaciones, acentos y rostros del mundo entero: africanos, rumanos, gitanos, tamiles. Una babel ruidosa, nerviosa.

El contraste es brutal al salir a la superficie. Desde la orilla izquierda del Sena, aparece una ciudad luminosa, ordenada y peatonalizada con éxito. Cafés, terrazas, parques, tiendas: la ciudad invita al paseo. La peatonalización de los muelles del Sena, pese a las críticas a la alcaldesa Anne Hidalgo, es un logro. El ambiente recuerda a Londres: bancos de madera, corredores, ciclistas, familias.

París parece tranquila. Pero pronto noto algo inquietante: esa diversidad que vi en el metro ha desaparecido. París intramuros es demasiado blanca, demasiado burguesa.

Dos mundos que se ignoran

Aquí vemos un París sublime, elitista, despreocupado, esteta, que añora las grandes tertulias del siglo XVIII e ignora completamente a la plebe universalizada a la que mantiene a una distancia de apenas unos kilómetros. Se pasea uno por Saint-Germain o Le Marais como por un decorado cuidadosamente curado, donde todo invita al goce estético y a la contemplación intelectual. Sin embargo, basta con bajar unos metros al subsuelo o desviarse hacia la periferia para encontrar otra ciudad: viva, tensa, a menudo marginada.

Los contrastes son tan marcados que da la impresión de que estas dos realidades no solo no se cruzan, sino que se rehúyen. En los cafés y terrazas del París burgués, los ‘bobos’ (burgueses-bohemios) se dan besos, hablan de sus últimos viajes, defienden con pasión los valores republicanos, y relativizan sin complejos la inseguridad o la inmigración, como si esos problemas no les concernieran directamente. Viven en un mundo de discurso, de principios, donde la solidaridad es una posición moral antes que una experiencia vivida.

Mientras tanto, la otra ciudad —la del metro, la de las afueras, la de los márgenes— sobrevive en condiciones muy distintas. Los encuentros entre ambos mundos son fugaces y forzados: en el vagón del RER, en la fila de la administración, o en el choque mediático cuando estalla una crisis social.

Tenemos la impresión de que coexisten dos sociedades en el mismo territorio, pero sin diálogo real. Dos grandes soledades urbanas que se cruzan sin reconocerse, como si habitaran dos países distintos bajo un mismo cielo.

Londres: metrópoli pos-Brexit con rostro humano

Un metro que conecta clases y culturas

Londres ofrece una imagen muy diferente. Parece menos arrogante y más adelantada. No teme el cambio y no rechaza al extranjero. Se nota en seguida en cuanto entramos en el metro. El Underground londinense refleja la sociedad británica: variada, británica y al mismo tiempo europea y universal. En el transporte público, se codean banqueros con obreros, ingleses con indios, estudiantes con turistas. Cuando uno viene de London City Airport, no ve ninguna señal de disminución económica, o de datos negativos en relación con el Brexit. La ciudad parece más dinámica que nunca. Los rascacielos crecen como hongos. El panorama de Londres se ha metamorfoseado completamente, tanto en el East End como en los Docks, la City, Vauxhall y Battersea.

Brexit: una herida que nadie quiere mirar

En cambio, cuando hablamos con los londinenses, ya no festejan. La política de Boris Johnson y la gestión catastrófica de Liz Truss le han quitado el ánimo a los ingleses. No hizo sino aumentar la morosidad de este pueblo inventivo y combativo la muerte de Isabel II. Nadie se atreve a pronunciar la maldita palabra: “Brexit”. Algunos os dirán que no les cambió la vida el Brexit y que la pesadez burocrática paraliza a Europa y que sus miembros se mofan de sus valores europeos de democracia y diversidad, particularmente el autoritarismo en Hungría y la homofobia en Polonia. Otros, los que trabajan en el sector medicinal, universitario, financiero incluso artístico, os dirán lo contrario, que es una catástrofe que acarreará consecuencias socioeconómicas. Para olvidar esta catástrofe que se auto infligió el país, parece que gran parte de la población aparta la vista de los asuntos interiores para concentrarse en la guerra en Ucrania porque hoy, nadie desea realmente evocar el Brexit y conocer nuevas divisiones nacionales.

Una capital resiliente, pero con cicatrices

Por todas partes en Londres se ven banderas ucranias. Mientras que en Francia enarbolan los colores azul y amarillo las municipalidades, en Inglaterra, lo hacen los particulares. La gran mayoría de los británicos se identifican con Ucrania, con su lucha, con su soledad frente a la barbarie rusa. Y no ha esperado a la Unión Europea Inglaterra para socorrer a los ucranios, prueba según algunos de que no tiene sólo inconvenientes el Brexit (resulta difícil encontrar ventajas). Verdad es que a los británicos no podemos echarles en cara su falta de valor político.

Cuando uno se pasea por Londres, nota el cierre de muchas tiendas; por ejemplo, llaman la atención los espacios vacíos en el barrio de Holborn, en el centro de la ciudad, y nos preguntamos el por qué: ¿el Brexit, la Covid, Amazon o sólo la decadencia del barrio? También, vemos de nuevo a numerosos sin hogar – jóvenes y, las más veces, ingleses – como en la época de Thatcher. Llaman al partido conservador “Nasty Party”, el partido malo, y en efecto cada vez que tiene el poder, se vuelve cada vez más pobre la población. Con todo, verdad es que en Gran Bretaña la tasa de desempleo es de 3,5 %, una sociedad de pleno empleo que tendría que envidiarle Francia, cuyo paro es de 7,4 % (sin contar con la isla de Mayotte). En Londres carecen de mano de obra, sobre todo en los servicios.

Lo sorprendente y paradójico en Londres es que nunca fue tan europea la ciudad, tan parisina en su modo de vida, mientras que acaba de salir de Europa el país. Por todas partes se ven terrazas de café y restaurantes. Tenemos la impresión de que es agradable vivir en esta megalópolis multicultural. Su economía de capitales universalizada tendría que ayudarla a superar los desafíos políticos que han escogido los Conservadores. Lo único que preocupa a los londinenses es que la mayoría de Inglaterra y del país de Gales que han votado por el Brexit, a su contrario, no consigan adaptarse a estos cambios estratégicos.

Dos capitales, dos mundos que no representan a sus países

París y Londres fascinan, sin duda. Pero también engañan. Son vitrinas brillantes que no reflejan con fidelidad a sus respectivos países.

París muestra una cara hermosa y elitista, que vive de espaldas a su periferia diversa y agitada. Londres, aunque más abierta y tolerante, intenta esconder sus heridas recientes detrás de su dinamismo económico.

Ambas capitales seducen al visitante, pero están desconectadas de la experiencia cotidiana de millones de ciudadanos. Son el escaparate de dos países en tensión, que avanzan entre contradicciones, desequilibrios sociales y fracturas territoriales.

Artículo escrito en septiembre de 2022

Versión en francés




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