EL HEDONISMO UCRANIANO EN ODESA Y EL FRACASO RUSO
Autor: Pierre Scordia
Después de dos años de ausencia, vuelvo a Odesa, la Perla del Mar Negro. En el avión, que parte de Varsovia, una joven rusa se sienta a mi lado. Ella va a Besarabia a asistir al funeral de su abuelo. Como ya no hay vuelos entre Rusia y Ucrania, hay que pasar por Minsk, Estambul, Riga o por Europa Central. Está apenada por el conflicto ruso-ucraniano que desgarra su familia desde hace una veintena de meses; "ya no nos hablamos". Me confía que desaprueba la política de Putin en Ucrania pero que no le parece bien que el gobierno de Kiev haya decidido cortar todos sus lazos culturales con su gran vecino: ya no hay vuelos entre los dos países, ya no hay cadenas de información, ni redes sociales rusas. Algunas telenovelas y libros publicados en Rusia son censurados. Teme que Ucrania acabe por imponer un visado a los ciudadanos rusos con el riesgo de que esto conlleve la expulsión de miles de residentes ucranianos en la Federación Rusa. Dos semanas más tarde, Kiev anuncia la obligación de obtener una autorización de entrada en el territorio ucraniano para todos los rusos.
Al llegar al aeropuerto, constato que la nueva terminal está por fin acabada, por lo menos desde el exterior: han tardado al menos cinco años en construirla después de un parón debido a la corrupción. Para mi decepción, la nueva terminal todavía no está operativa, la de tiempos de la Unión Soviética sigue ahí; en su interior las pantallas con los colores de Ucrania y de la Unión Europea señalan con orgullo en ucraniano, "viaje sin visa, Ucrania se acerca a la Unión Europea". Esta derogación es una gran victoria para el presidente Petro Poroshenko. Tiene un efecto psicológico considerable entre la población ucraniana. El sacrificio que conllevó la revolución de Maidan por fin a dado sus frutos. El deseo de formar parte del mundo occidental sigue siendo muy fuerte, especialmente entre los menores de 40 años.
Una vez en el centro de la ciudad, mi primera impresión es que Odesa a recobrado una cierta alegría de antes de la guerra, aquella de los años 2000. Los turistas europeos, turcos, georgianos, israelíes e incluso bielorusos son ya numerosos en este final del mes de junio. Los cafés y los restaurantes están llenos y la bandera ucraniana azul y amarilla ondea apaciblemente por todas partes. Ya no se ven militares, ni controles en carretera, ni grafitis prorusos. Los signos de una guerra en el Donbáss han desaparecido completamente. Un hombre de negocios llamado Taras me cuenta que en Odesa ya nadie desea recuperar Donetsk, ni Lugansk, ni pagar por la reconstrucción de esos dos territorios perdidos, y añade: "sin embargo, Ucrania debe responder militarmente a la agresión de los terroristas rusos para contener su avance. La ciudad portuaria de Mariúpol debe ser protegida a toda costa. No queremos esta guerra que nos aleja de las reformas y ese es precisamente el objetivo de Putin: desestabilizar y desmoralizar la Ucrania libre".
"Y Crimea?" Silencio. Se nota que la anexión de la península todavía duele y que al contrario que el Donbáss, a ella no se renuncia. "Crimea es un desastre económico", me responde. Los rusos prefieren ir a la Costa Azul antes que a Crimea, los menos ricos van a Turquía. Se va a convertir en una especie de Transnistria" (Los Odesanos todavía no se fían de esta república moldava secesionista congelada en el tiempo gracias al dinero ruso).
En las calles de Odesa se ve la nueva policía con sus coches occidentales y sus uniformes neoyorquinos. Una mujer que trabaja en la policía de Odesa me dice que la corrupción ha descendido a lo largo de 2016, si embargo después del nombramiento de Serhii Kniaziev, tras la reorganización gubernamental, las antiguas prácticas están volviendo, sobre todo entre la vieja guardia policial. En cuanto a la gestión de la ciudad, sigue todavía controlada por el rusófilo Gennadiy Trukhanov. Puesto que es propietario de una empresa de revestimiento de aceras, todo el paseo a lo largo de las numerosas playas de Odesa ha sido pavimentado y su ambición no acaba ahí. Querría agrandar y desarbolar la gran avenida pavimentada de Odesa, la elegante "Francuski Boulevard" (el Bulevar Francés) con el fin de repavimentarla por completo, lo que a provocado protestas y oposición.
Al revisitar Tararbunary. en la vecina Besarabia, me reencuentro con un jubilado ucraniano de origen búlgaro que quería que me llevara a sus tres hijas al Oeste en 2015. Su melancolía y su nostalgia de la Unión Soviética y de la cultura Rusa siguen ahí. Gracias a una parabólica continúa escuchando las viejas canciones soviéticas y viendo la televisión rusa. Le gusta nutrirse de esa propaganda incluso a sabiendas de los medios verdades que sueltan. Cada día, los medios moscovitas hablan de esta Ucrania perdida, una paz duradera es todavía difícil de contemplar.
Todavía afirma que él vivía mejor bajo el antiguo régimen de Ianoukovytch. ¿Sigue queriendo que me lleve a sus tres hijas conmigo? No me responde, silencio elocuente. Sus hijas ya no sueñan con vivir en Occidente. La vida es agradable en Odesa y tienen unos puestos de trabajo que les permiten una vida decente. Sin embargo las tres quieren viajar a Europa del Oeste. La liberación de los visados les procura un sentimiento de libertad incluso si dos de ellas ya han obtenido la nacionalidad búlgara, por si el conflicto con Rusia se recrudecía.
Pero Polonia y los Países Bálticos están ahí para velar que los designios de los rusos fracasen y que Ucrania se ancle en el Oeste. El tratado de asociación económica y política firmado entre Kiev y Bruselas entrará por fin en vigor a partir del primero de septiembre de 2017. La influencia política, académica y cultural polaca se hace sentir cada vez más en Odesa. En cuanto a los turcos, su presencia económica es considerable. La ciudad de Estambul financia la construcción de hermosos jardines en el centro de Odesa. Cada vez mayor número de turistas turcos cruzan el Mar Negro para disfrutar el ambiente hedonista de Odesa. Ucrania no exige visado a los ciudadanos turcos que pueden disfrutar de los dulces "vicios" de la civilización occidental que al Presidente Erdogán le gustaría eliminar de su República. Sus súbditos no son insensibles a la belleza ucraniana ni a la indulgencia de una noche cálida.
La política de Vladimir Putin se ha revelado fructífera a corto plazo, puesto que ha minado la moral de los ucranianos, pero sigue siendo desastrosa a largo plazo para las relaciones entre los dos países, ya que provoca un sentimiento rusófobo entre los ucranianos ruso-hablantes. La agresión militar rusa no a conllevado solamente el fin de los intercambios culturales y turísticos entre Rusia y Odesa sino también el declive de las inversiones rusas. Ese vacío lo ha ocupado rápidamente la Unión Europea y Turquía. Se ve inmediatamente cuando uno entra en un supermercado. Las marcas con letras latinas son cada vez más visibles en los estantes.
Una revolución cultural está teniendo lugar en esta parte de Ucrania. Los jóvenes eligen el inglés y no temen ya sonreír a los extranjeros. Los lazos irreversibles con la Unión Europea acabarán por eliminar la corrupción a ultranza en Ucrania.
Si la agresión rusa continúa, es posible que un día Ucrania acabe por latinizar su alfabeto para anclarse a Occidente.
Traducido del francés por Claudio Sales Palmero.
form-idea.com Valencia, 28 de septiembre de 2017.
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