La política exterior francesa frente a la desconfianza y la exclusión anglosajona

Una advertencia desde la historia

Mientras el mundo descubría con horror las matanzas de Bucha en Ucrania, el presidente Emmanuel Macron sorprendía al Parlamento Europeo con una declaración controvertida: “no hace falta humillar a Rusia”. Muchos entendieron estas palabras como una referencia velada al Tratado de Versalles de 1919, que responsabilizó exclusivamente a Alemania por la Primera Guerra Mundial, con consecuencias devastadoras: reparaciones impagables, pérdida de territorios, colonias y poder militar. Aquel dictado, símbolo de humillación nacional, alimentó un resentimiento que acabaría por estallar dos décadas después con consecuencias aún más funestas.

La herida diplomática del AUKUS

Pero las palabras de Macron también evocaban una herida reciente y personal: el desprecio infligido por la alianza AUKUS, firmada entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia, que excluyó deliberadamente a Francia. Esta coalición estratégica para contener la influencia china supuso, además, la cancelación del llamado “contrato del siglo” —la venta de 12 submarinos franceses a Canberra por 90.000 millones de dólares australianos—, sellado en 2016.

El pacto fue negociado en secreto durante la cumbre del G7 en Cornualles bajo la mirada cómplice del entonces primer ministro británico Boris Johnson. Mientras Macron saludaba cálidamente a Joe Biden ante las cámaras del mundo, creyendo en una alianza privilegiada, Australia ya preparaba su ruptura con París. Incluso tras la cumbre, Scott Morrison visitó Francia para fingir que todo marchaba bien.

El 15 de septiembre de 2021, los tres países anunciaron su nueva alianza. Para París, fue más que un revés comercial: fue una traición estratégica. En un gesto sin precedentes, Francia retiró a sus embajadores de Canberra y Washington. A Londres, simplemente lo ignoró. Johnson, fiel a su estilo provocador, ironizó ante la indignación francesa: “Donnez-moi un break”. Una burla que solo agravó la crisis.

¿Una política exterior europea soberana?

El AUKUS dejó claro el lugar que Francia ocupa en la visión anglosajona del mundo: un socio secundario. De ahí que Macron insista ahora en una política exterior europea autónoma, libre del tutelaje de Washington. Rechaza convertirse en “vasallo” y se resiste a un alineamiento automático con los intereses de Estados Unidos en Asia-Pacífico. Francia busca mantener una política más matizada frente a China, sin renunciar a sus principios ni a su soberanía.

Críticas justificadas, pero incompletas

Las reacciones no se hicieron esperar. Desde medios occidentales hasta redes sociales, muchos acusaron a Macron de debilidad ante el régimen chino. No sin razón: China es una potencia autoritaria que apoya a regímenes represivos como Corea del Norte o Birmania, se niega a condenar la invasión rusa de Ucrania y compra materias primas rusas a precios de saldo. En el mar de China Meridional, avanza sin miramientos, ocupando incluso la isla de Scarborough, cercana a Filipinas, y reprimiendo a quienes critican su política exterior.

Frente a esta realidad, ¿cómo podría Francia desentenderse del destino de Taiwán, una democracia vibrante que desafía al autoritarismo de Pekín? No es Taipéi ni Washington el agresor, sino la China de Xi Jinping. Además, no se debe olvidar que el nacionalismo chino sigue alimentado por el rencor histórico hacia las potencias occidentales, que en el siglo XIX le impusieron tratados desiguales y, en una de las mayores infamias coloniales, saquearon e incendiaron el Palacio de Verano durante la expedición franco-británica. Una herida aún abierta, como recuerda El Valle de las Rosas de Lucien Bodard.

Una diplomacia pragmática, no idealista

Pese a las críticas, no se puede tachar a Macron de complaciente con Moscú o Pekín. Fue el primer líder occidental en enviar carros de combate a Ucrania —aunque con lentitud—, y ha sido constante en su apoyo militar a Kiev. Su política está limitada, además, por una oposición interna fragmentada: por un lado, el Agrupamiento Nacional de Marine Le Pen, que rechaza las sanciones contra Rusia; por otro, la izquierda de NUPES, que se opone al envío de armas alegando una supuesta “desescalada”.

En este contexto, Macron representa —con todos sus defectos— una figura central en el equilibrio europeo. Su caída o reemplazo por figuras como Le Pen o Mélenchon significaría un giro peligroso para la estabilidad continental y para la OTAN.

El cinismo anglosajón y el olvido deliberado

La prensa anglosajona, por su parte, trata la política exterior francesa con arrogancia y superficialidad. Ignora o minimiza las implicaciones diplomáticas del AUKUS. Prefiere reírse: una broma del April Fools’ Day sugería que Francia se uniría al pacto, rebautizado como “FUKUS”, y que parte de los submarinos serían construidos en Cherburgo. Un chiste de mal gusto que revela cuánto subestiman algunos medios el papel de Francia.

Conclusión: el desafío de la autonomía estratégica

El caso AUKUS no es solo una cuestión de orgullo herido. Es un síntoma de una fractura más profunda en las alianzas occidentales y de la necesidad urgente de una política exterior europea más coherente y autónoma. Francia, guste o no, está en el centro de ese debate. Su respuesta al desprecio de sus aliados anglosajones no debería ser el aislamiento, sino el liderazgo estratégico. Y para ello, Europa necesita más que nunca una voz que defienda su soberanía sin caer en la sumisión ni en la ingenuidad.




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