Bucarest, ciudad entre modernidad y melancolía de un pasado glorioso
Autor: Pierre Scordia
Cuando uno descubre Bucarest, la latina, uno se pregunta por qué la capital rumana es todavía una desconocida como destino turístico. La ciudad, llamada "el pequeño París de los Balcanes" en la primera mitad del siglo veinte, conserva un patrimonio arquitectónico impresionante, como numerosos edificios de la Belle Époque, hoy en mal estado, por desgracia.
Cuando dije a mis amigos que nos íbamos a Bucarest de vacaciones, algunos tuvieron como sola reacción: "pero que se os ha perdido en Rumanía?" Mucha gente mantiene prejuicios negativos sobre este país de los Cárpatos. En general, se le asocia con los romanís, con Drácula, con Ceausescu, con niños para adopción, con los peores excesos de comunismo, con corrupción, mendicidad organizada y con mafias. Hay que admitir que los medios promueven esa visión. Por ejemplo, hoy mismo, acabo de leer en la página de la BBC, la historia de una joven rumana raptada en pleno Londres para ser enviada a Irlanda como esclava sexual mientras que su familia estaba amenazada por una mafia en Rumanía.
Sin embargo, Bucarest parece una ciudad segura, mucho más que ciudades como Marsella en Francia o Toronto en Canadá. Se puede pasear por las calles del centro sin peligro hasta bien entrada la noche. La policía vigila. Es verdad que a veces, hombres con teléfono móvil en mano te proponen servicios de prostitutas jóvenes provenientes de Serbia o Armenia mostrando fotos, pero basta con responderles "Please leave those poor girls alone" para disuadirles.
Bucarest, a primera vista parece una mezcla afortunada de París, Madrid, Buenos Aires y Odesa, a pesar de algunos horrores comunistas, fealdad atenuada por las calles arboladas. Uno se sorprende pronto de ver los edificios imponentes de la capital, testigos de una gloria pasada. Simplemente con observar la arquitectura de la ciudad uno comprende el traumatismo vivido por los rumanos; las cicatrices en el paisaje urbano son prueba de ello. Uno no puede más que lamentar la destrucción de los tres barrios más antiguos de la ciudad, sacrificados a ese inmenso Palacio del Pueblo, gigantesca herida que ahora domina la ciudad. El monumento, iluminado el sábado por la noche, nos recuerda el déspota magalómano tristemente célebre. El palacio, que acoge el parlamento hoy en día no es feo en sí mismo. Está bastante bien decorado en el interior, el conjunto es más bien de buen gusto, nada kitsch, contrariamente a lo que uno podría imaginarse. La única visita guiada diaria en francés vale la pena (14h30). Atención, no olvidéis vuestro pasaporte, sin el cual la visita sera imposible.
Para descubrir la ciudad hemos seguido los recorridos que proponía el periódico Le Monde, así como sus recomendaciones culinarias y no nos ha defraudado. Los éclairs de la pastelería French Revolution, cerca del Ateneo, son deliciosos. En canto a los restaurantes, el concurrido Hanu' Lui Manuc y el Cacu'cu Bere (el Carro de Cerveza) son para no perdérselos y sirven la mejor cocina tradicional. Evitad los restaurantes que se ofrecen por la calle. Si os gustan los cócteles, os recomendamos Origo, The Sense of Touch, que ofrece varios juegos de cartas apetecibles. Cada carta tiene un color y una textura diferentes. Al tocarla, se adivina el cóctel, así se traspasa la barrera de la lengua. Las copas y el contenido son impresionantes y el personal es de una amabilidad ejemplar, como para hacer palidecer de vergüenza al servicio en París. Durante el día, sirven café bío de comercio justo.
Nuestro mejor día en Bucarest fue el recorrido en bicicleta por el inmenso parque Herastrau, pulmón verde de la ciudad, así como la travesía de elegantes avenidas arboladas, alineadas de magníficas mansiones de principios del siglo XX. Sobre la gran avenida Aviatorilor, se puede descubrir el gran palacete que sirve de sede social al partido en el poder, el Partido Socialdemócrata que ya no tiene de social ni de demócrata más que el nombre. En la esquina del boulevard Kiseleff, no lejos de la residencia real, un pequeño grupo de manifestantes se reúne delante del monumento dedicado al rey Miguel de Rumanía. La policía no tarda en llegar y después de unos minutos los deja en paz. Yo me acerco a ellos, les hablo en inglés, lengua universal, y cuando se enteran de que soy francés cambian en seguida su discurso a la lengua de Molière. Me hablan abiertamente de su amor por Francia, de París, la Costa Azul, lejos de imaginar, por ejemplo, que una pelea generalizada de raperos podría tener lugar en un aeropuerto parisino. Ja me contento con decirles que esa idea de la dulce Francia está un poco desfasada, evitando, sin embargo, destruir el sueño de una vida.
Me ha parecido que los Bucaresteños, eurófilos, estaban desilusionados con sus políticos, es verdad que es un sentimiento generalizado en toda Europa, pero en Rumanía, como en Ucrania, la gente ya no soporta el sistema corrupto que dirige su país desde los años 90. La intervención de los gobernantes para controlar el sistema judicial estos últimos meses ha exacerbado las tensiones, tensiones subestimadas por Europa que prefiere condenar la deriva de regímenes de derecha populista como en Hungría y en Polonia antes que aquella de un gobierno socialdemócrata. El cese de la magistrada anticorrupción Laura Kovesia a conmocionado a la población, así como a numerosos observadores internacionales.
La corrupción existía aquí mucho antes de la era pan-europea, especialmente bajo el régimen comunista, pero el sueño de una Rumanía occidentalizada ha desilusionado a mucha gente en esta nación instruida y cultivada. Numerosos son los que piensan que una vuelta a la monarquía constitucional daría un cierto prestigio internacional a su país y les ofrecería una institución que defendería mejor los valores y el interés supremo de la nación. Un referéndum sobre la vuelta a un régimen monárquico estaba previsto para 2015 en caso de que Victor Ponta (socialdemócrata) hubiera ganado las presidenciales de 2014. Pero fue su adversario quien las ganó, Klaus Iohannis (liberal). En noviembre 2017, los presidentes socialdemócratas de las dos cámaras parlamentarias presentaron un proyecto de ley sobre el estatuto de la casa real en el país y sobre su futuro rol constitucional. Margarita de Rumanía sería entonces reina.
Una semana después de nuestro viaje, se han desarrollado enormes manifestaciones pacíficas en Bucarest, pero una represión feroz, digna de la era Ceausescu, ha causado más de 400 heridos... No parece que los socialdemócratas respeten los valores europeos en lo que concierne la libertad de expresión, ni que Bruselas sea imparcial con su indulgencia hacia los patinazos del gobierno rumano.
Si Rumanía consigue estabilizarse políticamente y hacer frente a la corrupción que corroe al país, Bucarest se convertirá, sin duda, en un gran atractivo turístico de aquí a unos diez años. Se convertirá en una ciudad cool para pasar un fin de semana. Ya es un destino favorecido por los israelíes. El país tiene una juventud instruida, políglota, ambiciosa y emprendedora. Basta con salir por las calles de moda del barrio de Lipscani para darse cuenta. Sería una pena que la fuga de cerebros continuara, porque después de la adhesión del país a la Unión Europea, al menos 3 o 4 millones de rumanos han abandonado el país.
FORMIdea Valencia, el 13 de septiembre de 2018.
Traducido del francés por Claudio Sales Palmero. Lire cet article en français