San Martín & San Bartolomé: tan cercanas, pero tan alejadas

En el corazón del Caribe, dos islas hermanas, San Martín y San Bartolomé, comparten coordenadas geográficas, clima tropical y vínculos históricos con Francia. Sin embargo, una visita basta para darse cuenta de que, en la práctica, viven realidades completamente distintas. El contraste es tan marcado que parece increíble que estén separadas apenas por unas millas náuticas. Esta es una crónica de sus diferencias: culturales, sociales, económicas… y humanas.

San Martín: el paraíso herido

La isla de San Martín (Saint-Martin, en francés) es compartida por dos países: Francia y el Reino de los Países Bajos. Su territorio, de menos de 96 km², está dividido entre la colectividad francesa de ultramar al norte, y el estado autónomo neerlandés de Sint Maarten al sur.

Durante décadas, San Martín fue un destino turístico en auge. Sus playas de arena blanca, sus lagunas repletas de yates, sus hoteles frente al mar y su oferta gastronómica de alto nivel convirtieron a la isla en un pequeño Edén caribeño. Era especialmente popular entre los turistas estadounidenses, atraídos no solo por la belleza natural, sino también por el ambiente relajado y la mezcla cultural que ofrecía la isla.

Un idioma común: el inglés

Lo primero que sorprende al llegar es que, pese a la presencia francesa, el idioma más hablado no es el francés, sino el inglés. Esto ocurre tanto en el norte como en el sur de la isla. Los letreros, menús, nombres de comercios y hasta las conversaciones cotidianas se desarrollan en inglés. Solo en la administración o entre los metropolitanos (franceses llegados desde Europa) se conserva el francés como idioma habitual.

La frontera entre ambos lados es prácticamente simbólica. No hay control de pasaporte, ni barreras visibles. Uno se mueve libremente entre los dos mundos: el francés, más europeo y cultural, y el neerlandés, más dinámico, comercial y americanizado.

Irma: el huracán que cambió todo

Todo cambió la noche del 5 al 6 de septiembre de 2017, cuando el huracán Irma, uno de los ciclones más potentes jamás registrados en el Atlántico, azotó la isla con vientos sostenidos de 287 km/h y ráfagas de hasta 360 km/h.

San Martín quedó devastada. Casas destruidas, árboles arrancados, barcos lanzados a las calles, aeropuertos y puertos inutilizables, y miles de personas sin agua, electricidad ni recursos. Las imágenes que circularon en los medios eran apocalípticas. La isla, que había sido símbolo de prosperidad caribeña, quedó convertida en un campo de escombros.

Reconstrucción lenta y desigual

Años después, San Martín aún arrastra las secuelas. En diciembre de 2019 visité Philipsburg, la capital del lado holandés, y me impactó ver que muchos edificios seguían dañados. En julio de 2022, volví: la reconstrucción continuaba, pero el ritmo era lento. El lado francés —menos desarrollado, con menor inversión privada— muestra signos más visibles de abandono.

El contraste entre zonas turísticas como Simpson Bay, donde se alzan torres de vidrio modernas, y barrios como Orléans o Sandy Ground, con casas abandonadas y jóvenes sin rumbo, es alarmante. En estas zonas, el Covid-19 agravó la pobreza y la exclusión.

Playas privatizadas y exclusión

Una de las situaciones más incómodas es la privatización de las playas. En sitios como Anse Michel, el acceso está condicionado por hoteles o restaurantes que cobran 30 € diarios por una tumbona. Nadie se atreve a colocar una toalla libremente. La playa ya no es un espacio público; es un lujo.

Lo que todavía enamora de San Martín

Pese a todo, San Martín mantiene una belleza indiscutible y razones para ser visitada:

🍽️ Gastronomía incomparable

Restaurantes como Le Pressoir y L’Auberge Gourmande en Grand Case, o O’Plongeoir en Marigot, son una delicia. L’Auberge Gourmande, en particular, nos sedujo con su servicio exquisito y sus platos delicados. Para una experiencia más informal, están los famosos lolos, pequeños restaurantes populares frente al mar, donde se sirven especialidades criollas a bajo costo.

🏖️ Hoteles con playa privada

Quienes se hospedan en hoteles como el Divi en Little Bay disfrutan de playas hermosas sin pagar extras. Desde allí, se puede visitar Maho Beach y ver los aviones aterrizar a escasos metros del mar: una experiencia única.

🛍️ Compras sin impuestos

En Philipsburg, no se aplican impuestos sobre las compras, lo que ha convertido a la ciudad en un pequeño paraíso fiscal. Las joyerías regentadas por comerciantes indios son muy populares entre los visitantes.

🇫🇷 Un rincón francés… en inglés

En la colectividad de San Martín se celebra el 14 de julio con entusiasmo, fuegos artificiales y conciertos en Marigot. A diferencia de Martinica o Guadalupe, aquí no hay resentimiento hacia la metrópoli. Se respira una relación más relajada con la identidad francesa, mezclada con la omnipresencia del inglés.

San Bartolomé: la otra cara del Caribe

A pocas millas de San Martín, San Bartolomé (o St. Barth) ofrece un contraste tan marcado que resulta casi irreal. Es como pasar de la incertidumbre al orden, del desorden tropical al minimalismo europeo.

Todo en San Bartolomé está perfectamente cuidado: las calles, aceras, playas, jardines, monumentos y señalización. Localidades como Gustavia o Lorient parecen maquetas urbanas. El patrimonio sueco se conserva con esmero, y los nombres de las calles están escritos en francés y sueco, como testimonio de su historia colonial.

 

Playas públicas y naturaleza preservada

En San Bartolomé, todas las playas son públicas por ley. Está prohibido construir hoteles en la orilla. No hay tumbonas, música alta ni camareros vendiendo cócteles. Todos —ricos y no tanto— extienden su toalla sobre la misma arena. La experiencia es democrática, serena y silenciosa. Y eso se agradece.

Un lujo muy exclusivo

Instalarse en San Bartolomé no es fácil. Una villa cuesta varios millones de euros. Aun así, la isla atrae cada año a celebridades, empresarios y visitantes de alto poder adquisitivo. Pero este lujo no es ostentoso: es discreto, controlado, casi silencioso.

El sector de la construcción está en plena expansión, con más de 3.000 trabajadores portugueses residiendo temporalmente. La isla tiene poco más de 10.000 habitantes permanentes, y paradójicamente no forma parte de la Unión Europea. Las matrículas locales no exhiben la bandera europea ni la “F” francesa, pero los residentes se sienten profundamente franceses.

Eficiencia post-Irma

San Bartolomé también fue arrasada por Irma. Pero su recuperación fue sorprendentemente rápida: tres días para limpiar las carreteras, tres meses para volver a la normalidad. La diferencia: la organización y el acceso inmediato a fondos. Vecinos adinerados prestaron dinero para reconstruir sin esperar al Estado.

La comparación con San Martín es inevitable. Allí, sin ayuda estatal o seguro, muchas familias quedaron abandonadas a su suerte. Algunos, tras recibir el dinero del seguro, simplemente se fueron.

Dos islas, dos modelos

San Martín y San Bartolomé comparten historia  y bandera. Pero su presente las separa. Una lucha por reconstruirse desde la fragilidad institucional y la dependencia económica. La otra se erige como ejemplo de gestión, cohesión social y eficiencia.

Ambas merecen ser visitadas. Pero conviene mirar más allá del mar turquesa: porque incluso en el paraíso, hay desigualdad, memoria, y una profunda lección sobre el poder del dinero, la organización… y la voluntad.


San Martín


San Bartolomé


Playa de Maho (NL)


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Pierre Scordia



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September 15, 2022