TURQUÍA, NACIÓN IMPOSIBLE: UNA PELÍCULA CONCISA Y NOTABLE
¿Cómo llegó Turquía a convertirse en una nación definida por la pertenencia etnorreligiosa? El excelente documental de Arte, Turquía, Nación imposible, Turquía, nación imposible, permite comprender los cimientos del nuevo Estado y los acontecimientos que prepararon el terreno para los proyectos de Erdoğan.
Lo más sorprendente es que haya sido precisamente la Turquía laica de Atatürk la que condujo al país hacia un nacionalismo etnorreligioso.
Limpiezia etnoreligiosa (1915-1923)
Deja pasmado la conexión entre Atatürk —el militar, el revolucionario, el laico— y Erdoğan —el militante, el reaccionario, el islamista—.
Según los modernistas de la Belle Époque, lo esencial para construir una república laica en Turquía era lograr una homogeneidad religiosa, lo que implicaba la eliminación de los armenios apostólicos y de los griegos ortodoxos [1].
Los Jóvenes Turcos modernistas se inspiraron en el jacobinismo de la Revolución Francesa para crear una república unida e indivisible. Para alcanzar ese objetivo, era necesario turquificar, islamizar y modernizar: los tres pilares fundamentales según el ideólogo nacionalista Ziya Gökalp.
Mustafa Kemal se alía con los sectores religiosos, los más capacitados para movilizar a las masas, incluso a los kurdos —mayoritariamente sunitas, como los turcos—, unidos desde entonces por un enemigo común: los cristianos.
En la primavera de 1915 comenzó una severa campaña de purificación contra los armenios. Los hombres fueron ejecutados, mientras que las mujeres, los niños y los ancianos fueron obligados a emprender largas y crueles marchas de deportación.
Se estima que el número de víctimas armenias alcanzó 1.600.000, lo que lleva al historiador Hamit Bozarslan a concluir que la Turquía moderna se construyó sobre un genocidio, aunque este tuvo lugar en los últimos años del Imperio otomano.
En el relato nacional turco, se prefiere creer en la tesis de la supervivencia. En efecto, el Tratado de Sèvres de 1920, impuesto por las potencias aliadas, fragmenta el moribundo Imperio otomano. A los otomanos se les reserva el mismo destino que a los Habsburgo y a los Hohenzollern: la pérdida de sus dominios.
Francia, Gran Bretaña, Italia y Grecia se reparten el territorio imperial. Para los turcos, esto constituye un trauma nacional. En ese contexto, se reconoce la creación de una Gran Armenia y se concede autonomía a los kurdos.
Entonces, Mustafa Kemal toma el mando del ejército para enfrentarse a las potencias occidentales y vengar la humillación impuesta por el Tratado de Sèvres. Kemal se convierte en el gazi, el vencedor, el héroe nacional. Su prestigio se ve aún más fortalecido por el hecho de no haber estado directamente implicado en las masacres de los armenios.
Franceses y británicos se retiran de Anatolia, y los turcos tardan tres años en rechazar al ejército griego. Unos 1.500.000 griegos fueron expulsados de las tierras que sus antepasados habitaban desde hacía veinticinco siglos, especialmente de la gran ciudad de Esmirna, conocida hoy como İzmir.
Al mismo tiempo, 500.000 musulmanes provenientes de Grecia se ven obligados a huir y refugiarse en Turquía. Esta purificación etnorreligiosa fue supervisada por la recién creada Sociedad de Naciones.
En 1923, el Tratado de Lausana reemplaza al Tratado de Sèvres y ratifica las victorias de Mustafa Kemal. Se reconocen las fronteras actuales de Turquía, y el nuevo acuerdo ya no menciona ninguna autonomía para los kurdos.
La transformación demográfica es radical: en un territorio prácticamente idéntico al de 1914, la proporción de población no musulmana ha pasado del 30 % al apenas 2 % [2].
Desde un Imperio religioso oriental hasta un Estado europeo (1923-1935)
Dirigida por Mustafa Kemal, la República de Turquía nace oficialmente el 29 de octubre de 1923. Desde ese momento, el objetivo consiste en sustituir el antiguo Imperio musulmán por un Estado laico y poderoso, una tarea difícil, dado que Turquía representaba hasta entonces al Califato, la máxima autoridad del mundo musulmán [3].
Kemal lo logrará gracias al poder absoluto que se otorga. A partir de entonces, reina sobre una nación que se identifica exclusivamente con una cultura etno-turca. Esto le permite emprender reformas radicales, aplicadas con determinación e incluso con violencia cuando es necesario. Entre 1925 y 1935, impulsa un vasto programa de transformación: impone el turco como lengua única incluso en los llamamientos a la oración del muftí, elimina los tribunales religiosos, cierra las escuelas coránicas y pone los asuntos religiosos bajo control estatal mediante la creación de la Diyanet, encargada de garantizar un islam ilustrado y subordinado al Estado.
Introduce también reformas culturales y simbólicas: impone el uso de apellidos —adoptando él mismo el nombre de Atatürk, “padre de los turcos”—, prohíbe el fez, símbolo otomano que consideraba representativo de la ignorancia y el fanatismo, sustituye el sistema de pesas y medidas tradicional por el occidental, adopta el calendario gregoriano y reemplaza la escritura árabe por el alfabeto latino.
La educación se convierte en un instrumento clave de ideología nacional, y la escolarización obligatoria se generaliza.
La emancipación femenina se acelera significativamente: en 1934, las mujeres obtienen el derecho al voto, trece años antes que en México, diecisiete antes que en Argentina y treinta y siete antes que en Suiza.
Para llevar a cabo esta transformación social y cultural sin precedentes, Atatürk se apoya en un régimen de partido único. Aunque modernista y prooccidental, no acepta la separación de poderes. Sólo regímenes como el estalinista o el kemalista lograron trastornar sociedades con tanta rapidez y radicalidad.
Kemal también supo aprovechar las crisis para consolidar su poder. Cuando el 15 de junio de 1926 se descubre un complot para asesinarlo en Esmirna, supuestamente organizado por antiguos compañeros de lucha, Atatürk actúa con rapidez y firmeza: utiliza el atentado como pretexto para encarcelar o eliminar toda oposición. Se convierte así en el líder absoluto, símbolo de la nación no sólo en el presente, sino también en el pasado y el futuro.
Un siglo más tarde, Recep Tayyip Erdoğan sigue una lógica similar. Tras el intento de golpe de Estado en la noche del 15 al 16 de julio de 2016, su régimen responde con una purga masiva: más de 150.000 opositores fueron detenidos o expulsados de sus cargos, y al menos 50.000 fueron encarcelados. Como Atatürk, Erdoğan busca eliminar a los enemigos desde dentro.
Instrumentalización de las mujeres para objetivos políticos
Tanto Atatürk como Erdoğan han instrumentalizado la figura de la mujer para servir a sus respectivos proyectos políticos, utilizándolas como símbolos de sus causas ideológicas.
Atatürk apareció públicamente con su esposa, Latife Uşaklı, una jurista educada en la Sorbona, en París, rompiendo así con la tradición otomana que relegaba a las mujeres al ámbito privado. Además, adoptó a siete niñas huérfanas como “hijas de la nación”. Dos de ellas marcaron profundamente la historia de la República:
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Sabiha Gökçen, supuestamente de origen armenio —una afirmación aún hoy polémica en Turquía [4]—, se convirtió en la primera mujer piloto de combate del mundo.
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Afet İnan, socióloga e historiadora nacionalista, defendió la idea de la superioridad racial turca.
Esta voluntad de proyectar una imagen moderna y occidentalizada del país culminó con la participación y victoria de Miss Turquía en el concurso de Miss Universo en 1932.
Por su parte, Erdoğan y el AKP también han utilizado la imagen de la mujer para avanzar su ideología, pero con un enfoque opuesto. Defendieron a las mujeres que usaban el velo como víctimas de discriminación, argumentando que la estricta laicidad del Estado les impedía acceder al Parlamento, a la función pública, al ejército y a las universidades. Las instituciones europeas, al condenar esas restricciones, terminaron sirviendo indirectamente los intereses del AKP al debilitar el modelo laico de la República.
A pesar de que Erdoğan lleva más de veinte años en el poder, la figura de Atatürk sigue ocupando un lugar heroico en la memoria colectiva de los turcos. El padre de la nación conserva una notable aura tanto a nivel nacional como internacional, en parte porque murió relativamente joven, a los 57 años, el 10 de noviembre de 1938. No vivió lo suficiente como para sufrir el desgaste del poder, a diferencia de muchos otros líderes autoritarios.
Instabilidad e insurrecciones militares (1950-1990)
La segunda parte del documental es igualmente fascinante. Se detiene en el período que separa a Atatürk de Erdoğan: décadas marcadas por la inestabilidad política, los golpes de Estado y la represión. Entre 1950 y 1990, Turquía vivió cuatro golpes militares y una feroz persecución contra los llamados “enemigos internos”, principalmente los kurdos y los alevíes, esta última una importante minoría religiosa que practica un chiismo ilustrado, caracterizado por la humanización de Dios y la divinización del ser humano [5].
Tras la Segunda Guerra Mundial, el ejército turco recibió el apoyo incondicional de Washington, cuya prioridad era frenar el avance del comunismo. Turquía se convirtió en una pieza clave dentro de la nueva alianza atlántica: la OTAN.
Impulsados por Estados Unidos, los militares turcos aceptaron la instauración del pluralismo político en los años 50. Las elecciones llevaron al poder al Partido Demócrata, liderado por Adnan Menderes. Aunque socialmente conservador, su gobierno adoptó una política económica liberal.
Sin embargo, el prestigioso ejército, símbolo de gloria nacional, derrocó a Menderes en 1960 y lo hizo ejecutar el 17 de septiembre de 1961 [6]. Esta condena conmocionó profundamente a los sectores conservadores de Anatolia, que valoraban los principios y el estilo de liderazgo de Menderes.
El profesor Hamit Bozarslan, de la EHESS, explica que los estudios sociológicos realizados en los años 60 revelan las expectativas de la población de Anatolia respecto a un líder político: el 85 % deseaba que el jefe de Estado protegiera la patria, la familia, al hombre, las mezquitas, el espacio público —incluso en términos de pureza moral— y la nación frente a la alienación cultural.
Este clima social ya anticipaba el terreno fértil en el que germinaría, décadas después, el proyecto político de Erdoğan, incluso desde la época de la Guerra Fría.
Más adelante, Estados Unidos apostó por promover un islam moderado, compatible con los valores occidentales. Con ese fin, alentó a los militares turcos a hacer ciertas concesiones en el ámbito religioso.
Tras el golpe de Estado de 1980, el ejército autorizó la formación de cofradías islámicas, entre ellas la poderosa red creada por Fethullah Gülen. Aunque seguía controlada por los militares, la sociedad civil comenzó a orientarse hacia una “síntesis turco-islámica”, una visión del islam subordinada al nacionalismo, donde la identidad religiosa se define a partir de la superioridad de la nación turca.
El ascenso político de Recep Tayyip Erdoğan
El movimiento islamo-nacionalista comienza a tomar fuerza especialmente entre las clases medias, lo que permite a Recep Tayyip Erdoğan, con el respaldo de la red de Fethullah Gülen, ser elegido alcalde de Estambul en 1994.
En la escena política, Erdoğan se presenta como una figura pragmática y moderna, ganando la simpatía de la Unión Europea, en un momento en que el 70 % de la población turca deseaba adherirse a la UE. En contraste, el estamento militar recelaba profundamente de Bruselas. Por su parte, Estados Unidos ejercía presión sobre los europeos para que iniciaran las negociaciones de adhesión con Turquía.
En 2003, Erdoğan alcanza la cumbre del poder al ser nombrado Primer Ministro. Al principio, adopta una política de apertura: inicia negociaciones tanto con los kurdos como con la Unión Europea, y garantiza estabilidad y crecimiento económico. Sin embargo, tan pronto como se le presenta la oportunidad, comienza a eliminar sistemáticamente todo obstáculo a su consolidación de poder.
En 2010, descabeza al alto mando militar laico, acusándolo de conspiración. Finalmente, lo que califica como un “regalo divino” llega en la noche del 15 al 16 de julio de 2016: el fallido intento de golpe de Estado. Erdoğan aprovecha la crisis para desmantelar por completo el movimiento gülenista y lanzar una purga masiva en todos los niveles del Estado.
Con cinismo, adopta medidas autoritarias en nombre de la protección de la democracia. Reaparecen entonces ciertos reflejos del kemalismo, especialmente en lo que respecta a la represión de los “enemigos internos”.
Bajo el pretexto de una identidad etnorreligiosa, Erdoğan reinstaura la represión contra kurdos y alevíes.
Mientras que Atatürk concebía una sociedad laica, turca y musulmana a la vez, Erdoğan pretende una sociedad turquificada e islamizada, pero bajo una interpretación estrictamente sunita del islam.
De la República al retorno de las ambiciones imperiales
La política de apertura exterior llega a su fin. Las relaciones con Grecia, Chipre y Armenia se agravan, y Erdoğan interviene en los asuntos internos de Libia, Irak, Siria, Bosnia y Kosovo.
En lugar de mirar hacia Europa Occidental, el “nuevo sultán” dirige su mirada hacia Oriente Medio y los Balcanes: los antiguos territorios del Imperio otomano.
Este documental permite comprender que Erdoğan y Atatürk comparten una visión similar de la nación turca, basada en una identidad etnorreligiosa. Sin embargo, existe —a mi parecer— una diferencia fundamental: la relación con las mujeres.
Atatürk no estableció una relación de dominación con ellas; al contrario, les asignó un papel central en la vida pública y en la construcción de la República.
La retirada de Turquía, en 2021, de la Convención de Estambul sobre la prevención y lucha contra la violencia hacia las mujeres, no augura nada bueno para la política del “nuevo sultán”.
La modernidad rima con igualdad de derechos entre los sexos. Atatürk lo comprendió, y gracias a ello su país pudo salir del atraso económico, tecnológico y militar.
Durante una parte del siglo XX, los valores occidentales permitieron que Turquía se adaptara a los desafíos de la modernidad. Y en los años 2000, la política de apertura de Erdoğan generó un clima de prosperidad económica y una relativa unidad nacional.
Desgraciadamente, sus verdaderas ambiciones de islamizar y controlar a la sociedad turca amenazan ahora el futuro del país. La historia enseña que los regímenes teocráticos frenan la libre circulación de ideas, y a largo plazo arrastran a las sociedades hacia el oscurantismo, la represión, la mentira, el miedo y la recesión económica.
Todo esto provoca una peligrosa fuga de cerebros y de capitales, que compromete seriamente el porvenir de Turquía.
Notas
[1] Para los nacionalistas, los judíos sefardíes no representaban un gran peligro porque no tenían reivindicaciones. En el Imperio otomano existía una tolerancia religiosa, siempre que se respetara la jerarquía entre las religiones.
[2] El de Turquía en sus fronteras actuales.
[3] Conclusión de Can Dündar, periodista y documentalista.
[4] El periodista y escritor armenio-turco tuvo problemas con la justicia turca por haber revelado esta noticia. El 19 de enero de 2007, un joven nacionalista turco lo asesinó con la complicidad de algunos policías, lo que dio lugar a una enorme manifestación bajo el lema ‘Todos somos Hrant Dink’.
[5] Definición según Necdet Saraç, representante de la comunidad aleví. Precisa que los Alevíes no tienen jerarquía ni estructura piramidal.
[6] Lo que no menciona el reportaje es que Menderes fue condenado a muerte por haber organizado pogromos en Estambul contra la población griega. El 17 de septiembre de 1990, el Parlamento turco lo indultó y su sepulcro fue trasladado a un mausoleo que lleva su nombre en Estambul.
- Turquie, nation impossible (versión en francés)
- Odesa: El nuevo punto neurálgico de Ucrania
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- La lucha por el éxito social
- ¿Está el pragmatismo británico en peligro?