Dos apuestas audaces, dos destinos opuestos: Emilia Pérez de Jacques Audiard y Megalópolis de Francis Ford Coppola

Dos películas atípicas, dos guiones originales, dos apuestas arriesgadas y dos resultados diametralmente opuestos. Emilia Pérez, dirigida por Jacques Audiard, y Megalópolis, la esperada obra de Francis Ford Coppola, representan dos visiones cinematográficas que no podrían estar más alejadas en su ejecución y recepción.

Emilia Pérez

El largometraje Emilia Pérez se presenta como una propuesta audaz tanto por su narrativa como por su formato: una comedia musical con tintes de thriller. Desde sus primeros minutos, la película sumerge al espectador en una historia compleja donde las canciones no diluyen la tensión, sino que la refuerzan. Lejos de caer en lo cursi o lo absurdo, Audiard logra mantener la credibilidad de una trama tan insólita como conmovedora.

La historia gira en torno a Juan “Manitas” del Monte, un temido líder de un cártel mexicano que, en un giro radical, decide abandonar su vida delictiva y cumplir un sueño de infancia: convertirse en mujer. Para ello, recurre a una reconocida abogada —interpretada por Zoe Saldaña— que, a pesar de su talento, enfrenta un techo de cristal en la sociedad mexicana por ser una mujer negra. La abogada se embarca en una travesía internacional que culmina con la contratación de un cirujano dispuesto a viajar a México para realizar la operación. Tras fingir la muerte del criminal, ella envía a su esposa e hijos a Suiza para ponerlos a salvo.

El resultado de la cirugía es sorprendente. Juan se convierte en Emilia Pérez, encarnada de forma brillante por la actriz trans española Karla Sofía Gascón. La transformación no es solo física: como mujer, Emilia adopta una nueva perspectiva del mundo, aunque mantiene su atracción por las mujeres. Cuando su familia regresa a México, ella se presenta como una tía lejana, generosa y protectora. La situación se complica progresivamente, y la narrativa profundiza en temas de identidad, género y redención.

Más allá de su trama, Emilia Pérez propone una reflexión sobre el papel de las mujeres en la sociedad. ¿Sería el mundo un lugar más justo y feliz si estuviera gobernado por mujeres? Diversos estudios apuntan a que las sociedades con mayor participación femenina en la vida política y económica tienden a ser más igualitarias y prósperas.

Megalópolis

En el extremo opuesto se encuentra Megalópolis, la esperada producción de Francis Ford Coppola que, lamentablemente, no está a la altura de su ambición. Con una inversión personal de 140 millones de dólares, el cineasta buscó materializar un proyecto largamente acariciado. Sin embargo, el resultado es una película caótica, excesivamente conceptual y desordenada.

Ambientada en una versión distópica de Nueva York y con claras referencias al Imperio Romano, Megalópolis plantea una lucha entre un César y un Cicerón modernos, pero la propuesta se diluye en un relato difícil de seguir. Pese a algunos destellos filosóficos que abordan temas como el poder, la corrupción y la sexualidad, el guion no logra sostener el interés del espectador. A los diez minutos, el ritmo ya se torna soporífero. Solo los tres primeros minutos —curiosamente los más extensos en percepción— ofrecen cierta tensión dramática.

Ni siquiera un reparto estelar logra salvar el proyecto. Según The New York Times, Megalópolis podría convertirse en uno de los mayores fracasos de la historia del cine. La baja asistencia en su estreno, con apenas cinco espectadores en una sala de gran capacidad, parece confirmar ese pronóstico sombrío.

Mientras Emilia Pérez abre nuevas puertas narrativas y emocionales, Megalópolis se pierde en la grandilocuencia de un sueño mal ejecutado. Dos visiones del riesgo artístico. Solo una logra conquistar al público.

Emilia Pérez merece ser vista no solo por su originalidad y valentía temática, sino también por la sensibilidad con la que aborda cuestiones de identidad, género y justicia social. Es una película que entretiene, emociona y deja pensando. En cambio, Megalópolis, a pesar de sus pretensiones estéticas e intelectuales, resulta ser un experimento fallido que evidencia que no siempre una gran inversión asegura una gran obra. Si hay que elegir entre las dos, la decisión es clara: apueste por la frescura y el compromiso narrativo de Jacques Audiard.



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