DESMITIFICACIÓN DE NAPOLEÓN

El personaje de Napoleón fascina al mundo entero al igual que Alejandro Magno.  Es interesante leer su biografía a través de la pluma de un flamante porque permite asegurarse de una mayor imparcialidad, evitar de caer en el mito francés, en los tópicos o en el heroísmo exagerado.El título de la obra de Van Loo: “Napoleón, la sombra de la Revolución” (Napoleon. De schaduv van de Revolutie en holandés) es importante ya que, en la historiografía belga o británica, el Primer Imperio francés es la continuación de la Revolución francesa. Esta sería dividida en varias etapas: los acontecimientos de 1789, la monarquía constitucional, el Terror republicano, el Directorio y el despotismo bonapartista.  

Realismo y oportunismo

Empieza esta obra de quinientas páginas por los momentos más importantes de la Revolución y los personajes que la hicieron. Esos trozos son apasionantes, como todos los otros. Nos enseñan que antes de la Revolución, no compartía Bonaparte el sentimiento nacional francés y más bien soñaba con una Córcega independiente. Por realismo y por oportunismo, se juntó con el campo jacobino sin implicarse políticamente. Lo que le propulso y le permitió llegar a ser general fue su victoria contra los ingleses en el sitio de Tolón en 1793. Las ideas nuevas de la Revolución favorecen la movilidad social y ayudan a Bonaparte a elevarse en la jerarquía militar, lo que era imposible durante el Antiguo Régimen.

Tiene mucha suerte Bonaparte en sus batallas, porque a veces se sacrificaban sus soldados para protegerle, para ocultar sus imprudencias por ejemplo en Italia. Bueno, no carece de valor, pero sería algo exagerado el genio militar del general. Su táctica es la rapidez y el efecto de sorpresa contra el enemigo, pero la velocidad que exige de sus hombres les agota demasiado a menudo. Como Alejandro, le vuelven loco las conquistas. Está dispuesto a todo para conseguir lo que se propone y para imponerse como jefe incontestado. Dicen que hasta hubiera pensado en convertirse al islam para reinar sobre Egipto y El Levante. Como Alejandro puede ser despiadado y cruel con los que no aceptan su autoridad. Los ejemplos más señalados son las matanzas horrorosas contra la población de Jafa en 1799 o la tremenda represión en España entre 1807 y 1813.

El imperialismo y el desgaste del poder

Napoleón libera, codifica, moderniza, administra, emancipa a los territorios que ocupan sus tropas, pero también, autoriza los saqueos. Se llevan a París los tesoros y las obras de arte. Luego las nuevas conquistas le sirven para financiar sus guerras y movilizar carne de cañón. Acaba anexando países a Francia, principalmente Bélgica, Holanda, una pequeña parte de Suiza, los territorios alemanes al oeste del Rin, Hamburgo, el Piamonte, Toscana, Roma, Cataluña y las provincias ilirias (Eslovenia y Croacia). Como el resto de Francia serán divididos en departamentos. El desgaste del poder lo vuelve narcisito, colérico, testarudo. Nadie se atreve a oponerse a él. Sólo le dicen lo que él quiere oír. Su obsesión por el bloqueo continental que tiene que destruir el comercio británico lo lleva hacia una política mortífera e insensata, lo que perjudica los intereses de Francia y de los franceses.  Destruyen muchísimas vidas la ocupación de España y la campaña de Rusia. Habrían perdido la vida más de tres millones de jóvenes franceses a causa de las ambiciones guerreras de Napoleón, lo que fue una catástrofe para el futuro de la demografía francesa. Habría dicho a Metternich: “¿A mí que más me dan doscientos miles de hombres?» (p.403).

Cuando pierde el Emperador, es siempre la culpa de los otros. Dice: “el heroísmo que se presta ahora a la nación española, que odiaba a Francia, se debe al estado de barbarie de ese pueblo medio salvaje y a la superstición que excitaron aún más los errores de nuestros generales” (p.395). No vacila Bonaparte en desertar y abandonar a sus tropas, como hizo 2 veces en Egipto y en Rusia.

La caída del déspota

Después de la desastrosa expedición en Rusia que diezma a su gran ejército, tiene que abdicar Napoleón. Los esfuerzos de su talentoso ministro Talleyrand -que Bonaparte trató de “mierda en una media de seda” – consiguen preservar los intereses franceses en Viena y el honor de Napoleón dándole el pequeño reino de Elba y dejando el ducado de Parma a la emperatriz María Luisa y al hijo del Emperador. Pero finalmente fracasará la diplomacia de Talleyrand a causa de los Cien Días que marcan el regreso de Napoleón en 1815. Sólo después de la derrota de Waterloo y su exilio a la isla de Santa Elena se liberará el país de las ambiciones desmedidas del déspota. La respuesta de La Fayette a Luciano Bonaparte a propósito de la ingratitud del Parlamento con El Emperador resume el estado de espíritu de los franceses en 1815: ¿Habrá Usted olvidado lo que hicimos para él? ¿Habrá Usted olvidado los huesos de nuestros hijos, de nuestros hermanos, que testimonian de nuestra fidelidad por todas partes, en las arenas de África, a orillas del Guadalquivir y del Tajo, en las orillas del Vístula y en los desiertos helados de Moscovia? ¡Durante más de 10 años, tres millones de franceses perecieron por un hombre que hoy quiere seguir luchando contra toda Europa! ¡Hicimos bastante por él, ahora nuestro deber es salvar a la patria!

Pues no es extraño que hoy día siga Napoleón provocando admiración y fascinación a pesar de que acarreó la muerte de millones de hombres en Francia y en Europa, que dio los tronos de Europa a toda su familia y que no vacilaba en corromper a sus posibles adversarios. Pues es Bonaparte el general que reprimió a cañonazos y con sangre la rebelión de los monárquicos en 1795 en el corazón de París.¿Habrían hecho de él sus fulgurantes conquistas y su vida amorosa con su primera esposa –Josefina de Beauharnais– un jefe fuera de lo común? Verdad es que se interesaba también Napoleón por el arte, la historia, la ciencia y la literatura, lo que sin duda redoró su escudo. Y sobre todo tuvo Napoleón la suerte de ser idealizado por la literatura del siglo XIX gracias a Víctor Hugo y por el cinema del siglo XX.

Al pronunciar el nombre de Robespierre nos estresemos mientras que aquel hombre incorruptible que abolió la esclavitud se preocupaba por el bienestar del pueblo. Robespierre mandó guillotinar a 15 000 o 35 000 hombres con su política del terror, pero nunca alcanzó el grado de carnicería como lo hizo el primer Emperador de los franceses.Es notable la obra de Bart Van Loo. Sabe contar los acontecimientos políticos que condujeron a la Revolución y a la caída de Napoleón evitando las interminables enumeraciones y los sempiternos detalles de las batallas.



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